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LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

Actualidad“Cambio mi vida de todas formas la tengo perdida”

“Cambio mi vida de todas formas la tengo perdida”

ESCAMPAVIA

Caín, el hijo de Adán y Eva, fue el primer homicida que registra la historia; de acuerdo con el libro sagrado la envidia fue la razón para matar a su hermano.

         Para los titulares de prensa toda muerte causada a un semejante se califica como asesinato, cuando todo asesinato es un homicidio pero no todo homicidio es un asesinato, ya que aunque en todos los eventos concurren un actor y una víctima, para que el homicidio se transforme en asesinato han de concurrir elementos como la premeditación y alevosía; la muerte de Álvaro Gómez o José Raquel Mercado fueron asesinatos; si una de esas víctimas hubiera dado muerte al agresor no se trataría de un asesinato, sino de un homicidio en legítima defensa.

En Colombia se mata como diría el viejo León de Greiff, por “lo eximio y lo ruin, lo trivial, lo perfecto, lo malo”, por un mirada a destiempo, por una deuda, por un lindero, por política, por dinero o por fanatismo, de todas maneras el homicidio se ha convertido en nuestra funesta compañía a tal punto que el asesinato es considerado como un delito menor, sujeto de indulto, perdonable, negociable y transable por un puesto bien remunerado, por un tesis no demostrada o, cuando es ejecutado por los poseedores de verdad absoluta, quienes consideran que quien piensa distinto o tiene lo que ellos desean, no eliminan a un semejante, sino a alguien quien no merece vivir, un gusano como los calificaba el Che Guevara, quien ordenó tantas muertes como Klaus Barbie, el carnicero de Lyon; así verter sangre deja de ser un crimen y se convierte en “el motivo y la razón”.  

El más vil y despreciable de los asesinos es quien coloca bombas que dan muerte a diestra y siniestra; son miles los niños, las madres, los soldados y campesinos que han caído víctima de quienes, sin dar la cara, siembran el explosivo en el campo, en la ciudad, en los baños de un centro comercial o escondidas en un burro, una bicicleta o un vehículo abandonado.

Me pregunto qué futuro espera a una sociedad en la cual no se califica la magnitud del delito sino quien lo ejecuta, en un concierto en el que participan: jueces, legisladores, negociadores y políticos quienes ofrecen y conceden la libertad y prebendas a los asesinos petardistas; vemos que se libera a quien asesinó a seis policías e hirió a treinta personas más con una bomba y el mismo día se solicita la libertad y se otorga rango a quien desde un baño de mujeres dio muerte a tres de ellas e hirió a una decena más, con calculada premeditación.

“Ya que eres digno de honra, y yo te amo, daré a otros hombres en lugar tuyo, y a otros pueblos por tu vida” Isaías 43:4. Una vez más ponemos en práctica la  entrega de recompensas para lograr la paz en una transacción de: cuánto te doy a cambio de que dejes de sembrar la muerte; en efecto el costo de la vida es tan alto que la tesis de “a cualquier precio” se impone a pesar de que está demostrado que, “si sigues haciendo lo que estás haciendo, seguirás cosechando lo que estás logrando” y que premiando a los delincuentes no se ha logrado el objeto ansiado, aunque debemos reconocer que conseguir que se respete el más elemental de los derechos humanos como es la vida, tiene y tendrá un costo, pero ¿no será necesario el cambio y utilizar “todas las formas de lucha” para que  la paz no sea un camino para favorecer a asesinos a costa de los derechos de los ciudadanos de bien? .

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