Por: John Harold Giraldo Herrera.-
Si algo ha desaparecido con la pandemia es la posibilidad de la sociabilidad. Somos de ritos, nos encanta, para salvarnos del desespero de sólo producir o estar conducidos por el gobierno del dinero, escapamos con festines y formas de apartarnos del trabajo, así una prioridad es lo ameno, lo lúdico. Mantén la distancia, no des abrazos, cero saludos de mano y menos de beso, ha coartado la imperiosa creación de situaciones para departir.
De paso, los cafés, donde la tertulia y el encuentro eran una oportunidad para la palabra, las historias y los diferentes pactos entre amigos, han quedado como en postales de museo. La celebración de cumpleaños, ahora se hace un entorno virtual. El entablar cualquier ritual, como festejos, idas al estadio, las distensiones en discotecas y demás, son ahora añoranzas, da lo mismo domingo o lunes, de hecho, nos han reducido a cualquier rostro del tiempo.
Byung Chul Han, el filósofo surcoreano, célebre por la agonía del eros, escribió antes del temido virus, un libro que ahora tiene más vigencia: La desaparición de los rituales.
Cada quien padece su propio modo de estar en aislamiento. De hecho, en Colombia, nos preguntamos si eso en realidad existe, y si sólo es un modo de contención de la fuerza social, dadas las inclemencias de vida que ahora se padecen, al sacar pañuelos rojos por doquier, y haber perdió cerca de 8 millones de empleos, que para una economía tan frágil como la del país, ha proporcionado un encierro, en el que se lee: “Si no me mata el virus lo hará el desempleo”. O en donde se ha arreciado contra el sector informal, mientras que las grandes superficies, y la máquina de producción no ha parado.
Los sectores mermados por la pandemia hacen lobby, y en Palacio resuelven según la conveniencia, moteles en apertura bajo una figura de coincidencia en el último digito de la cédula y también la memética se abre para conjugar esa variopinta decisión del azar ¿si son impares cómo se hace?, al tiempo, uno de los protocolos (palabra curiosa y ociosa y de connotaciones inusitadas) es que antes de cualquier contacto en ese lugar han de bañarse por completo, ¿Quién lo controla?
Viajar, esa exploración y extensión de puentes, es uno de los rituales sin práctica. También los actos fúnebres, despachados en pírricos actos sin presencia humana, o teletransmitidos para ser apreciados por los Smartphone.
No hay como ir a los museos, ni a los teatros, ni celebrar un gol, o estar pendiente de una carrera de ciclismo, ni menos asistir a la apertura de una exposición o de un espectáculo que sea artístico. El arte uno de los grandes sacrificados, de la mano de los artistas, se reduce a una fallida contemplación de la tiranía del like.
El arte se cambia por información, y esta es como una sustancia psicoactiva, convertida en una mercancía. Al respecto Byung asegura: “No se fusionan en una historia, en un canto que generen sentido e identidad. Solo permiten una inacabable acumulación” (2019: 46). Los datos, con los que se nos cerca, o intentan evadir el virus, es la bitácora de movilidad. La otra expansión dominante es la de la información, poco de conocimiento o de reflexión.
El gel antibacterial no previene ni la corrupción ni la imposibilidad de los rituales. Tan fundamentales como el pan y el alimento para potenciarnos.
Sin rituales no hay especie humana, porque las demás especies tan sólo responden al instinto, en cambio nosotros nos ponemos en la mejor tónica cuando nos preparamos para la ceremonia, hay un desencadenamiento de virtudes, al punto que cambian la percepción del tiempo y el espacio.
Por estas épocas, no hay mayor venta de vestuario y muchas mujeres se maquillan menos, las máscaras y el carnaval se encuentran contagiados y por tanto su existencia reside en las pantallas, donde la percepción y el contacto son transformados por la simulación. Esa palabra es el comodín de la sociedad actual, y es la palanca no sólo de lo socio-cultural y político, sino del capital especulativo, con el que se fabrica dinero como si fueran burbujas.
Habría que asegurar, incluso, que hay una simulación con el Covid, como se trata, además de un virus, de un negocio, muchos sin morir de esa causa pasan a ser denominados así, y la razón es que son dinero por cobrar, tanto en el sistema de salud, como en los servicios funerarios.
El uso del gel y la asepsia necesarias para la no infección, también limpian el actuar criminal de las élites, quienes no necesitan cuarentena ni aislamiento porque viven en su propio mundo y ellos siguen con sus rituales; en cambio la masa sí ha detenido sus relaciones, en donde antes disfrutaba del poco tiempo de ocio y de las interacciones y dinámicas para habitarse.
Lo que hemos visto es que las élites continúan sus banquetes, sus festejos, muy pocos demuestran ejemplo y se suman a la masa. La continuidad de la vida en esquemas de confinamiento lo que ha producido es homogenizarnos, y ese es el sueño cumplido del canibalesco neoliberalismo: “Resulta destructiva la total desubicación del mundo a causa de lo global, que elimina todas las diferencias y sólo permite variaciones de lo mismo” (2019: 47), contrarresta Chul. Ahora mientras el Covid-19 nos unificó en una cadena de miedos y nos ha arrinconado, el ritual del desenfreno del capital no ha cesado.