Los datos siguen alarmándonos. Se calcula que más del 90% de aves y peces marinos poseen microplásticos en sus estómagos. El plástico, al obstruir alcantarillas, se convierten en espacios propicios para la reproducción de mosquitos portadores de malaria y otras plagas. Su dispersión desproporcionada en playas colmadas por un turismo consumista, ha llevado al cierre de varias en diferentes “paraísos tropicales”, conllevando al deterioro económico de poblaciones dependientes del turismo.
Ante la problemática ambiental y de salud publica derivada del uso del plástico, buena parte de los países han iniciado procesos legislativos para limitar su producción y uso. En el 2018 ya eran 127 que lo habían hecho. Esto se ha reconocido como un primer paso en la necesaria eliminación de su uso intensivo, para mermar considerablemente la contaminación a nivel global.
El mismo está ligado estrechamente a la transición energética para la implementación generalizada de energías renovables. Se reconoce que la contaminación por el uso de plásticos se ha convertido en una verdadera amenaza para todos los ecosistemas y la salud humana.
Los científicos nos recalcan que “El cuerpo humano también es vulnerable a la contaminación que generan los residuos plásticos en las fuentes de agua, lo cual podría causar cambios hormonales, trastornos del desarrollo, anomalías reproductivas y cáncer. Los plásticos son ingeridos a través de los productos del mar, bebidas e incluso la sal común, pero también penetran en la piel y pueden ser inhalados cuando están suspendidos en el aire”.
Por igual rechazan el reciclaje como formula salvadora (es un paliativo más no la solución), Advirtiendo de “alternativas dañinas a los productos de un solo uso, como los plásticos de base biológica o biodegradables, que actualmente representan una amenaza química similar a los plásticos convencionales”.
A su vez dice Inger Andersen, directora ejecutiva del PNUMA: «Una preocupación importante es el destino de los microplásticos, los aditivos químicos y otros productos fragmentados, muchos de los cuales se sabe que son tóxicos y peligrosos para la salud humana, la vida silvestre y los ecosistemas. La velocidad en la cual la contaminación de los océanos está captando la atención del público es alentadora y es vital que aprovechemos ese impulso para lograr un océano limpio, saludable y resistente” concluye.
Ante todas las evidencias como resultado de las investigaciones, lo que se requiere hoy en día es la decisión de los gobiernos, empresas y la ciudadanía en general de frenar el deterioro provocado por el desecho de dicho material. En la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEA 5.2) en marzo de 2022, a realizase en Kenia, se deberá decidir qué camino seguir para enfrentar tan grave asunto que nos está envenenando.
Una vez más la Crisis Climática y Ecológica, nos dice que urge acción y participación ciudadana beligerante para garantizar la vida en el planeta.