Todos los humanos en el trasegar de nuestras vidas hemos tenido momentos desde la primera infancia hasta la adultez, de intensa felicidad y etapas de dichosa prosperidad. Contrariamente también asumimos por cualquiera causa que la vida nos ha engañado de algún modo. De todas formas, no voy a referirme por esta vez a lo que pueda significar el dolor o la tragedia intercalándose en las expriencias de manera existencial (hecho de vivir) o desde algunos movimientos filosóficos: El dolor no como algo que tiene el cuerpo, sino como algo que el cuerpo es.
Del pasado, es muy común que nos estén visitando continuamente muchos recuerdos de ambos lados emocionales, lo negativo y lo positivo. Cuando en medio de la soledad vamos tejiendo esos recuerdos sin que nos afecten, más bien una situación armoniosa, grata y cálida, entonces aparece la nostalgia como un alivio que aumenta la autoestima. Pero si nos dejamos confundir por la melancolía, entran en juego las emociones que en cualquier momento pueden ser enfermizas: Las oportunidades perdidas y la inviabilidad de no poder volver a experimentar aquellos grandes momentos de nuestros éxitos amorosos y financieros.
Ahora bien, la nostalgia, llamada por algunos expertos como el dolor de la memoria, puede llevarnos a una tristeza profunda o depresión, mientras que la melancolía al encontrar dificultades para concentrarnos en el presente, sigue añorando el pasado y proporcionándonos desánimo, abatimiento y apatía ante las cosas y ante la vida.
Sinembargo, la triste felicidad de la nostalgia cada vez que aparece después de un desestresante período de descanso, se convierte en una emoción cada vez más común en esta época de cambios acelerados en los que vivimos.
Y el llanto? Puede ser un agregado, estar concomitante con un recuerdo que se expresa emocionalmente y es visible a primera vista. La música, una conversación o incluso un aroma, pueden desencadenar respuestas emocionales que se manifiestan con ganas de llorar.
*Directivo SOER (Sociedad de escritores de Risaralda)