Por: Ernesto Zuluaga Ramírez
Este próximo fin de semana los colombianos completaremos cuatro meses de confinamiento en medio de una lucha insólita contra un enemigo invisible pero virulento.
Aunque en el pasado la humanidad hubiese sido golpeada por otras pandemias tan agresivas como ésta, se ha hecho indiscutible que poco o nada aprendimos de ellas y que la actual ha develado la enorme incapacidad y una total impotencia para enfrentarla. Cada gobernante actúa según su intuición y somete a sus gobernados a sus caprichos, soportados en conceptos técnicos y médicos de sus asesores, que obviamente tampoco tienen ninguna experiencia en el manejo de estas situaciones apremiantes.
A pesar de la confusión reinante es posible sacar algunas conclusiones de todo lo que nos está sucediendo y que deberían servir para las reflexiones sociológicas y filosóficas de las generaciones venideras. La más obvia es que se hizo evidente que el ser humano no es ni el propietario ni figura imprescindible del planeta tierra y que la naturaleza estaría mejor sin su presencia. Triste corolario para una especie que después de habitar este mundo por casi dos mil siglos se cree “inteligente”. Soberbia que resalta en el auto calificativo de “homo sapiens” que bien podría reemplazarse por “homo stupidus”.
La segunda conclusión es que el ser humano poco o nada sabía acerca de pandemias, de virus y de metodologías para enfrentarlos.
Dispone monstruosas inversiones para viajar y conocer el universo y sus galaxias mientras ignora las enormes falencias y las inequidades que lo azotan y poco hace por resolverlas. De esta realidad se desprende otro triste colofón: el mundo es de los ricos. El rigor con el que los pobres sufren el confinamiento y todas las consecuencias de la pandemia desviste lo miserable de su existencia. El hambre es únicamente de ellos como también lo son el desempleo y las dificultades de acceder a los sistemas de salud.
La “virtualidad”, las nuevas tecnologías y los modernos modelos educativos son exclusivos de los adinerados y de las personas más pudientes de la sociedad. “Quédate en casa” es la expresión más descarnada del atropello a los más pobres que son la inmensa mayoría de la sociedad.
Mientras unos pocos viven en casas campestres o en condominios exuberantes de espacios sociales y naturales y viajan por el mundo a través del internet o de Netflix, la gran mayoría se hacina en jaulas urbanas y en lamentables inquilinatos donde afloran la violencia y el “stress”. Y los gobiernos haciendo discriminaciones por edades y no por condiciones de pobreza. Definitivamente —y como dijo Pambelé—, “es mejor ser rico que pobre”.
Hay algunas otras realidades que bien pueden interpretarse como conclusiones y que desvisten las ambigüedades de nuestra sociedad: vivimos un capitalismo “salvaje” en el que los peores sueldos están en manos de quienes son indispensables, el mundo se olvidó de los conflictos locales y de la geopolítica, los países más ricos terminaron siendo los más tontos y el virus apareció en el país con la mayor población del planeta que enigmáticamente es uno de los menos afectados.
En Colombia también hay conclusiones “parroquiales”: el Congreso es una figura inútil en tiempos de crisis, el gobierno es una clara expresión del poder de los bancos, la justicia brilla por la impunidad mientras la fiscalía vuela de Guatemala pa’ Guatepeor y el día sin IVA desnudó el cinismo y la desfachatez de nuestros coterráneos al evidenciar que sus prioridades son —más que la vida— un televisor, un celular y un microondas.
Van cuatro meses de encierro y hay un proverbio que dice que: “no hay quinto malo”.
Cuatro meses de angustia, para quienes están desprotegidos económicamente por parte del estado.
Cuatro meses de inoperancia de los entes de control, hacia la corrupción existente en el país, ahora mas visible.
Cuatro meses que visibilizan el desgobierno , la ineptitud de un presidente títere.
Cuatro meses en que no trabajan los congresistas