Fundado el 9 de febrero de 2020
LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

ActualidadCultivar la vida

Cultivar la vida

Al escribir mi primera columna en El Opinadero , me permito expresarle mis agradecimientos a su Director Luis Fernando Cardona, por la deferencia que ha tenido al invitarme a formar parte de este  prestigioso colectivo . Espero desde esta orilla del pensamiento, contribuir al desarrollo social de nuestro departamento.

Como tantos lo han dicho ya, el concepto de cultura echa raíces- en su sentido más literal- en el acto de cultivar, de preparar la tierra para plantar las semillas, cuidar de su germinación y crecimiento hasta la recolección de la cosecha.

Entendido así, hacer cultura equivale a construir sociedad, desde el nacimiento hasta la muerte de sus integrantes. Eso implica un compromiso que va desde el individuo en su fase de formación inicial, pasa por núcleos de acompañamiento como la familia y la escuela, hasta alcanzar las organizaciones públicas y privadas, las entidades no gubernamentales y, en última instancia, el Estado con sus distintos agentes en el orden local, regional y nacional.

En el caso colombiano, a pesar de que la Constitución Política de 1991 reconoce en la cultura la base de la nacionalidad y en esa medida le asigna responsabilidades concretas el Estado y, de paso, a la sociedad toda, es mucho el camino por recorrer.

El paso inicial- y esencial- pasa por comprender y asumir el hecho de que la cultura no es algo marginal y accesorio sino la base misma de la construcción de los individuos y del cuerpo social del que forman parte. Todo lo contrario: la cultura es la sustancia misma de que están hechos.

Si bien se han producido avances significativos en la formulación de políticas, a menudo éstas se centran en conceptos convencionales, que ignoran de paso el surgimiento de nuevas formas de expresión, es decir, de maneras distintas de ver el mundo y de insertarse en él. Eso para no hablar de lo raquítico de los presupuestos destinados al desarrollo de dichas políticas

Cuando hablamos de Estado, no aludimos a una suerte de abstracción sin contornos definidos, sino al cruce de fuerzas que lo hacen posible.  De ningún modo puede reducírselo a su estructura administrativa o a la nómina de sus funcionarios: esa es solo la parte operativa y por eso más visible. Parafraseando la célebre expresión aquella, el Estado somos todos.

De manera que la responsabilidad es colectiva: de los trabajadores y los empresarios, de los medios de comunicación, de las familias y las instituciones educativas, de las iglesias y de las organizaciones sociales. No podemos eludir las responsabilidades amparándonos en ideas tan manidas como esa de que “la cultura y el arte son asuntos de una élite” y mucho menos bajo el conocido comodín de que “para eso pago impuestos”.

Al revisar los programas de bienestar de muchas empresas públicas y privadas, no deja de asombrar el hecho de que en las ofertas de “uso creativo y lúdico del tiempo libre” no aparezcan las expresiones artísticas y culturales. A duras penas se ofrecen los deportes y algunas actividades de recreación. Esa circunstancia ilustra las profundas carencias de nuestros modelos de gestión cultural, es decir, de construcción de sociedad.

Así que nos urge una rigurosa mirada crítica de la manera como estamos haciendo las cosas en el campo cultural. Esa mirada empieza por preguntarnos qué entendemos por cultura y lo que ésta significa para nuestra evolución como ciudadanos. Ese es el punto de partida que nos permita empezar la materialización de la sociedad soñada y pensada.

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