Por ERNESTO ZULUAGA RAMÍREZ
La democracia en Colombia es una colcha de retazos que se deteriora cada día más. A pesar de que transitamos por un período que podríamos denominar «los albores de la nueva Constitución» es evidente que avanzamos como el cangrejo: dos pasos adelante y uno atrás.
En cada proceso electoral el panorama se hace más confuso y sombrío. El ciudadano del común se enfrenta a la más variada oferta de candidaturas que se originan, casi todas, en apetitos individuales y veleidosamente egoístas. En nuestro país existen 16 partidos y movimientos con personería jurídica. ¿Qué tal? Somos campeones mundiales en cuanto a organizaciones políticas y ninguna otra nación del planeta ofrece tantas alternativas a sus electores en cada contienda por el poder.
Según la reforma aprobada en 2011 tendrán personería jurídica aquellos partidos que alcancen el 3% de los votos válidos en las elecciones al Senado o a la Cámara de Representantes. Con este soporte legal los partidos políticos son como «casas de empeño» que nacen y mueren en cada elección. Se reproducen como conejos y desaparecen tan rápido como sucede con las promesas electorales. En los últimos veinte años otros 23 partidos han perdido su personería por no alcanzar el umbral. Pero la anomalía es peor si le agregamos a este panorama el singular hecho de que el límite de partidos en verdad no existe pues la ley les permite también a grupos significativos de ciudadanos presentarse en las elecciones con solo conseguir un número determinado de firmas: licencia para el transfuguismo. En algunas de estas elecciones, en el pasado, tuvimos 66 partidos y movimientos participando. Imaginen ustedes cada una de estas organizaciones ofreciéndonos propuestas y candidaturas que nacen y surgen de sus intereses particulares. Un verdadero caos. Está demostrado que muchos de estos movimientos se crean única y exclusivamente para amparar (desde el punto de vista legal) y tratar de hacer llegar un candidato a un cargo de elección popular. No puede ser más frívola nuestra democracia.
Los partidos, al contrario de lo que argumentan los defensores del sistema, están muriendo y con ellos está falleciendo la democracia. Si prescindimos de los partidos para desarrollar y organizar la vida política ¿qué organizaciones sustitutas tenemos para garantizar la libertad y la igualdad? No tengo duda alguna en que después de 1991 los partidos se volvieron obsoletos, perdieron su norte y sus ideologías, abandonaron los ejercicios programáticos y se dedicaron a la comercialización de avales como prerrequisito para aspirar a los escenarios de poder. Sin embargo debemos entender que la existencia de partidos fuertes y sólidos son el soporte del nuevo país que pretendemos. Más que instituciones singulares en búsqueda de beneficios políticos inmediatos los partidos deben convertirse en entes capaces de formar y consolidar nuestro Estado Social de Derecho. Pero esto solo se logra con una profunda reforma política y electoral que solo puede tramitarse en el Congreso de la República, allí donde menos conciencia hay sobre la crisis que vivimos, donde mayor es el desprestigio de sus miembros, en la más vulnerable y corrupta de las instituciones, ¡qué esperanza!
Para las próximas elecciones presidenciales los colombianos tenemos, faltando solamente ocho meses, cuarenta y cinco candidatos, o pre-candidatos como ellos mismos se hacen llamar. Se agrupan según sus conveniencias e intereses. Los «humanos», los de la «esperanza», los del «centro», los «anti corruptos», los de «la gran alianza», etc.. Mientras tanto quienes gobiernan le juegan al viejo axioma de: «divide y reinarás». A mi todo esto me parece un circo. No sé a ustedes.
Un circo sin carpa que pueda albergar ideas, es unecesario variado grupo de payasos y «animales» ávidos de logros personalistas que fácilmente engañan con falsas ilusiones a un pueblo inculto políticamente y de escasa memoria que anhelas milagros porque perdió la esperanza.
Un circo con payasos de todos los colores.