El rey de Inglaterra Jorge VI, que había ascendido al trono en 1936, tenía un enorme reto en el año 1939: dar el discurso de declaratoria de guerra a Alemania, el cual sería transmitido en directo a toda la nación, pues su tartamudez era el gran obstáculo en su vida que le impedía hablar en público, a pesar de que venía luchando para sobreponerse a ese problema guiado por un hábil tutor. Después de muchas horas de dedicación, rabias, desavenencias con su maestro y vencer los miedos, logró ante los micrófonos de la radio nacional leer el discurso en donde fue casi imperceptible su disfemia, lo que le generó reconocimiento entre sus conciudadanos… En una trama bien construida, se convierte la película inglesa EL DISCURSO DEL REY (2010), dirigida por TOM HOOPER y protagonizada por COLIN FIRTH.
No obstante la separación de Colombia de la corona española (hace ya más de 200 años), el manejo casi monárquico de sus gobiernos enredados entre corrupción y guerras en los dos siglos, siempre ha velado para que la élite social y económica imponga cada sucesor que está obligado a mantener el status quo de una clase dirigente corrupta que no difiere en nada a lo tenido durante los siglos de dominio español, pues los saqueos, explotación sin límites de sus recursos naturales, la discriminación, el racismo e invisibilización de la mayoría de sus habitantes que, con la falacia de «Libertad y Orden», han tenido que soportar regímenes criminales y totalitarios que a lo único que le han apostado es al enriquecimiento personal y de sus cercanos acompañantes, dejando un lastre de subdesarrollo del cual pareciéramos estar condenados a soportar eternamente.
Los presidentes de Colombia, que de alguna manera han pretendido adelantar transformaciones que permitan mejorar las condiciones sociales, han sido atacados y desprestigiados con ferocidad por sus opositores. Les pasó a Olaya Herrera (Gobierno de Concertación Nacional) y a López Pumarejo (La Revolución en Marcha); y a unos que acometieron como candidatos enarbolar las banderas del cambio como Jorge Eliecer Gaitán, Luis Carlos Galán y Carlos Pizarro (para mencionar solo a algunos), fueron asesinados en contubernios en los que participaron los sectores más retardatarios del país, tan poderosos que, ni siquiera se pudieron esclarecer con exactitud quienes fueron los verdaderos responsables de los magnicidios de los cuales solo alcanzaron a identificar unos de los perpetradores que en su mayoría se murieron sin contar la verdad.
Hay un caso especial en la historia reciente de Colombia y está relacionado con lo que pretendió Carlos Pizarro y que continuo Gustavo Petro -al que vienen persiguiendo desde la desmovilización misma en 1990-. Petro pudo haber hecho lo que hicieron algunos compañeros suyos de armas como Carlos Alonso Lucio (que terminó enredado en temas de estafa y como abogado de narcotraficantes y paramilitares), u otros como Everth Bustamante, Eduardo Chávez, Rosemberg Pabón o Augusto Osorno; que siendo de izquierda terminaron a la «diestra» de Álvaro Uribe y como furibundos militantes del Centro Democrático, disfrutaron de las mieles del poder olvidando todo el camino recorrido e inmolación de su comandante candidato Pizarro.
Fueron muy pocos ex militantes del M19 que, con Petro, continuaron atacando de frente los hechos de corrupción en el país, el influjo del paramilitarismo en los territorios, y muy especialmente en el Congreso de la República, lo que mandó a la cárcel a medio centenar de congresistas a la vez le generaron incontables y muy poderosos enemigos que lo asedian hasta hoy.
En recientes declaraciones del ex comandante paramilitar Carlos Mario Jiménez, alias Macaco, habla sobre las acciones que se hicieron con el fin de judicializar y destruir sistemáticamente -a través de la Fiscalía- la imagen del hoy presidente Gustavo Petro en su camino a la aspiración política futura, además, narró como en el año 2001, Gustavo Petro, el hoy ministro Álvaro Leyva y el senador Iván Cepeda, fueron declarados objetivos militares de la AUC.
Aún hoy retumban los discursos magistrales de Petro en el Senado de la República en donde denunciaba uno a uno a los parlamentarios sindicados, presentes en el mismo recinto, con información clara e incontrovertible de su participación criminal; a la vez que promovió debates memorables contra organizaciones corruptoras como los Bonos de Agua u Odebrecht, que sigue levantando muchas ampollas.
En Colombia manda un rey, poderoso y venerado, que se va los fines de semana, de su modesta casa, en el avión propio a descansar a la humilde vivienda de Las Bahamas, «comodidades nada del otro mundo» y una vida sencilla como cualquier persona.
Es un rey al que poco se le ve en público, no porque sea tímido o sufra de tartamudez –como le pasaba a Jorge VI, Rey de Inglaterra-, sino porque él no tiene que hablar ya que es el todopoderoso de los medios de comunicación y actúa como el ventrílocuo que pone a hablar a los muñecos de la radio y la televisión que entretienen a un país entero que poco lee y que sufre un mal terrible, uno de los peores males de los que puede sufrir un pueblo: «el olvido».
Ese rey, magnánimo e intocable, tiene otra gran virtud como inigualable artista, es que aparte de su capacidad de ventrílocuo, es titiritero y su entramado manejo de hilos mueve al mismo tiempo centenares de marionetas.
EL DISCURSO DEL REY de Inglaterra Jorge VI, a través de la radio nacional de ese país en el año 1939, en los albores de la Segunda Guerra Mundial, fue crucial para el ingreso de esa nación al enfrentamiento militar de las naciones más poderosas del mundo de ese momento. En Colombia, hoy, el discurso del rey Luis Carlos I, a través de la mayoría de los noticieros radiales, televisivos y periódicos a lo largo y ancho de la Patria, serán determinantes en esta desquiciada carrera desinformativa que puede contribuir a la generación de una nueva gran guerra interna, como anhelan todos los que siempre han vivido y enriquecido con ella, porque solo por medio del ruido ensordecedor de las metralletas y el estallar permanente de las bombas, se distrae la atención y mirada de la población colombiana de hechos tan aberrantes de los recientes escándalos destapados como Odebrecht, Ecopetrol, los miles de bienes de la SAE, etc. .
Ante la negativa del presidente Petro de asistir al último encuentro de la ANDI, en donde se le tenía armada la más infame trapisonda por parte de los súbditos del rey Luis Carlos I (muchos de ellos socios, ex empleados suyos, beneficiarios de sus negocios turbios), ha cogido fuerza una nueva estrategia de demolición del primer mandatario en la sucesiva arremetida de lo que se denomina el «golpe blando», haciendo creer que el presidente padece una seria enfermedad física o mental que lo incapacita para ejercer las funciones constitucionales y que debe dimitir, o que por lo menos sea obligado a deponer cualquiera intención de continuar con su propósito de sacar adelante las reformas sociales que le darían al país el verdadero salto a la justicia social y la equidad como lo proponían Olaya Herrera, López Pumarejo, Gaitán, Galán, Pizarro y hasta el mismo Álvaro Gómez, cuando se atrevió a proponer «un acuerdo sobre lo fundamental», para derrotar la corrupción que está corroyendo todas las instituciones.
Petro tuvo una segunda opción en su vida, como lo hicieron otros compañeros suyos de lucha armada -de los cuales ya hice referencia-, que era la de someterse a lo ya establecido o lo que nuestra cuestionable democracia nos tiene acostumbrados y a haberse inclinado genuflexo ante el rey presentando su carta de rendición y aceptación de sus condiciones. Sin dudas, hoy estaría forrado en billetes y mirado como la «gente de bien», socio de exclusivos clubes sociales y compartiendo a manteles con la crema y nata del país, pero no, prefirió la peor parte, la de persistir en su propósito genuino de luchar por lo establecido en la Constitución Política de 1991 y consagrado como derechos fundamentales que deben beneficiar a toda la población del territorio colombiano y no solo a unos pocos.
Todos los expresidentes de Colombia que están vivos y la mayoría de los que ya fallecieron (y sus círculos familiares), han hecho parte de entramados de corrupción y muchos hechos vergonzosos que sería en extremo dispendioso enumerar (incluso se habla de que uno de los expresidentes vivos, era copiloto del «Lolita Express» de Jeffrey Epstein); y tales actuaciones siempre han permanecido ocultas por el poder del rey, llámese Luis Carlos I, o sus antecesores en el trono, pero con un costo enorme que finalmente se paga con riquezas y esas riquezas les son extraídas de los bolsillos a los contribuyentes, que como los siervos de las épocas medievales, que tenían que pagar grandes tributos al rey, ser su servidumbre y adicionalmente, aportar sus hijos a la guerra, a la guerra que los reyes dirigen, pero que no envían a sus propios hijos; a la guerra que si se pierde, el mayor dolor y sufrimiento recae en el pueblo, y si se gana beneficia al rey y todo el botín de guerra entra a sus propias arcas.
Para sumar a los ataques contra Petro, resulta el hecho fortuito de su hijo Nicolás (quien ya es un hombre hecho y derecho de 37 años, no un cagón inocente), sobre el cual debe caer todo el peso de la ley sobre los hechos delictivos que hubiere cometido; sin embargo, es asquerosa la forma como los medios de comunicación utilizan las circunstancias para enlodar la imagen presidencial, más que porque existan pruebas para señalar al padre, por el propósito de poner una mampara que cubra toda la podredumbre que envuelve al rey.
Yo estoy convencido que el presidente no tiene ninguna enfermedad que lo inhabilite para ejercer el cargo, como sí está enferma toda la gente que invoca el mal para que al gobierno fracase y que regresemos de nuevo a la tenebrosa época de la guerra que aún no terminados de saldar.
Yo no creo que Petro tenga una enfermedad mental, más bien creo que muchos de los enfermos mentales de este país, son aquellos que se intoxican diariamente con el consumo, no de sustancias alucinógenas o alcohol, sino con las altas cantidades de desinformación dosificada clínicamente por los grandes conglomerados propietarios de noticieros, periódicos, revistas y empresas patrocinadoras que cuentan con el AVAL del REY.
Una vez el nonagenario Rey abdique o fallezca, lo sucederá en trono su hijo, que se convertirá en Luis Carlos II, quien ya sacó las espuelas y arrogancia aprendiendo del patriarca rey padre. Una vez sentado en el trono, el nuevo rey, con el cetro en la mano y mientras le es enroscada la corona en su cabeza, gritará duro, antes que cualquier otro: ¡HA MUERTO EL REY, QUE VIVA EL REY!
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«Con los reyes nació la tiranía.»
FRANCISCO MORAZÁN QUESADA
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AÑADIDURA ÚNICA. Destruimos a los ídolos con la misma pasión con que los creamos. Somos intuitivos, autodidactas espontáneos y rápidos, y trabajadores encarnizados, pero nos enloquece la sola
idea del dinero fácil. TENEMOS EN EL MISMO CORAZÓN LA MISMA CANTIDAD DE RENCOR POLÍTICO Y DE OLVIDO HISTÓRICO. Un éxito resonante o una derrota deportiva pueden costarnos tantos muertos como un desastre aéreo. Por la misma causa somos una sociedad sentimental en la que prima el gesto sobre la reflexión., el ímpetu sobre la razón, el calor humano sobre la desconfianza.
Tenemos un amor casi irracional por la vida, pero nos matamos unos a otros por las ansias de vivir. Al autor de los crímenes más terribles lo pierde una debilidad sentimental. De otro modo:
al colombiano sin corazón lo pierde el corazón.
GABRIEL GARCIA MÁRQUEZ
Fragmento del prólogo del libro Colombia al filo de la oportunidad.
1994
Magnífico el artículo ligando de muy buena manera la historia de lo sucedido en Iglaterra y en Colombia, también, creo conveniente mencionar a los candidatos presidenciales de la Unión Patriótica Jaime Pardo y Bernardo Jaramillo con las cualidades descritas y los miles deasesinados de la UP, y al alfil del Rey Álvaro Uribe, grcias
María del Rosario: agradezco mucho su comentario. Lo tendré en cuenta para futuras publicaciones!
Qué interesante mirada la de Juan Diego. Lástima la mala sintaxis, sobre todo el mal uso de la puntuación que llega a dificultar la comprensión y la lectura. Definir cuánta falta hace la figura del corrector de textos/estilo.