El hombre aun cuando no represente sino una infinitesimal mota de polvo en el concierto del macrocosmos, también lleva en sí mismo elementos, propiedades y cualidades similares a las del Cosmos. Es un diminuto universo en sí mismo y en el inmutable transcurso de la evolución ha compartido todas las sutiles, aunque a veces violentas, fuerzas universales. De allí que la estructura del hombre no pueda menos que estar equilibrada por el mismo magnetismo que preserva y mantiene unido la Tierra, los planetas y el Cosmos como un todo. La existencia humana puede considerarse como una entidad trinaria integrada fundamentalmente por tres elementos principales: el cuerpo, la mente y el alma. La mente del hombre y sus tendencias espirituales indican la presencia de una fuerza magnética, que varía en su intensidad y efecto de acuerdo con el grado de pureza y sutileza del ser interior. Ya desde tiempo inmemorial, los ancianos sabios y los yoguis comprendieron y verificaron esta presencia, concentrándose en procesos meditativos, en procura del esclarecimiento del alma y la mente: sus milagrosos poderes curativos, mediante un simple toque o una bendición, son demasiado conocidos, pero hablan por sí solos de los poderes de su espíritu. A través de constantes ejercicios espirituales para la purificación de su mente, a través de la elevación de sus pensamientos y de una vida auténtica, impregnaban cada célula de sus cuerpos sutiles energías magnéticas que podían canalizar luego hacia un enfermo con el roce de una mano, o una simple palabra liberándolo de sufrimientos. Es conocido el hecho de que ciertas personas tanto hombres como mujeres, poseen una personalidad altamente dinámica, denominada popularmente «magnética» porque seduce a los que rodea, atrayéndolos hacia sí; sin embargo, existe algo más bajo esta terminología popular que no es accidental: la atracción que ejercen estas personas sobre los demás es enteramente debida al elevado magnetismo que emana de sus personas. Si bien en la mayoría de los casos estos extraordinarios poderes de atracción magnética son cualidades naturales e innatas o dones divinos, también pueden ser adquiridos o desarrollados voluntariamente como resultado de la práctica de ciertos ejercicios.
Los factores personales que ayudan a dotar a una persona de este magnetismo natural, pueden ser tanto del orden físico como espiritual: entre los más destacables pueden mencionarse rasgos faciales y corporales atractivos y agradables, complexión física proporcionada y vigorosa, y un organismo vital y energético, además una total o parcial ausencia de complejos, tanto en el pensamiento como en la expresión que son saludables y conducentes a una vida espiritualmente esclarecida, todo esto con un elevado valor humano y una tendencia intelectual, espiritual y artística que van a constituir un legado de Dios para aumentar el grado de magnetismo interior. Los intentos decididos y deliberados por cultivar voluntariamente los poderes espirituales y mentales hacen por supuesto mucho por incrementar y desarrollar los atributos innatos, logrando en la mayoría de los casos nuevas e interesantes posibilidades.
A menudo notamos especialmente en las actividades rutinarias, que las respuestas y reacciones positivas o negativas de ciertas personas son tan espontáneas, impetuosas, incontrolables para nosotros, y en ocasiones hasta aparentemente maniáticas, que nos dejan boquiabiertos. Estas actitudes sólo pueden ser explicadas en términos de atracción y repulsión, lo que demuestra que se trata de un fenómeno de magnetismo humano.