Por: Hugo Ocampo Villegas
Uno de los sectores del deporte mas golpeados por la pandemia del covid 19 fue, sin lugar a dudas, el fútbol aficionado. No es ningún secreto que muchos clubes y entrenadores subsistían y vivían de los ingresos por el trabajo con las escuelas de formación.
Finalizando la semana el gobierno nacional, en la voz de su ministro del Deporte Ernesto Lucena, le dio luz verde al retorno a la actividad de las escuelas de formación deportiva, que obviamente abarca otras disciplinas.
Centralizando mi opinión en el fútbol, me pregunto si estamos preparados para asistir a ese regreso a la actividad. Y no lo planteo solo por Risaralda sino en todo el país que desde este mes de septiembre entra en una fase de responsabilidad individual cuyo comportamiento será clave para evitar otra cuarentena.
Mi primer gran interrogante es si los padres de familia que se han mostrado tan radicales y reacios para el retorno de sus hijos a clases en las instituciones educativas permitirán que asistan de nuevo a los entrenamientos cuando la emergencia sanitaria sigue latente. Los niños y jóvenes son la materia prima de la actividad del fútbol. Sin ellos echar a rodar el balón será tarea difícil.
Muchos, por no decir que casi todos, de los escenarios en donde trabajan dichas escuelas de formación no reúnen las mínimas condiciones de bioseguridad que exige el Ministerio de Salud para controlar la propagación del virus. Una realidad que no se puede ocultar.
Mi segunda pregunta es si, tan afectados como deben estar económicamente los clubes y las escuelas de fútbol tendrán los recursos para adquirir todos los elementos requeridos en dentro de la logística que está exigiendo Minsalud para los entrenamientos colectivos.
En los dedos de las manos se podrán contar los clubes que podrán tener de esa disponibilidad económica para solventar esos gastos. Los demás tienen los bolsillos vacíos. Y si se trata de escenarios adecuados para entrenar, el asunto es peor.
Y ni manera de pensar que las ligas departamentales de fútbol ayuden pues sus ingresos quedaron ‘en fuera de lugar’ con la interrupción de sus campeonatos. Y más en ligas presupuestalmente limitadas como la de Risaralda, que sea de paso reconocer con algo contribuyó para aliviar la situación que están viviendo los entrenadores.
Ahora, en materia de los certámenes nacionales el receso se vislumbra para el resto de año. Ya la Federación Colombiana y la Difútbol están dejando entrever que sólo realizarían el Sub 20 y ello por el compromiso del próximo año del Suramericano Sub 20 que se disputará en nuestro país.
La incertidumbre colectiva generada por una prolongada inactividad de 5 meses contribuyó a elevar los índices de ansiedad y angustia entre los actores del deporte, en especial de aquellos que tienen derivada del sector su subsistencia económica. Y en estos últimos quince días se sintieron las presiones de todas partes –dirigentes, entrenadores, deportistas- pidiendo que se abrieran las puertas y se permitiera el regreso a estadios, coliseos y canchas.
Principalmente para el fútbol aficionado, por el universo que maneja, el reto es inmenso y grande. No se trata sólo de coger el balón y vámonos a jugar. Es cierto que muchos adultos lo hicieron de manera irresponsable en canchas campestres, pero allá ellos. Lo que tienen en mano los profesores son jóvenes menores de edad y un compromiso enorme con sus familias.
No estoy en plan de ‘aguafiestas’ sólo de advertir que como se puede deducir por todo el entorno descrito, que la vuelta a la actividad en el fútbol aficionado nos exigirá mucho más. Con la aún preocupación latente de los padres por sus hijos y, además, sin campeonatos a la vista que estimulen una decisión, seguramente lo pensarán dos veces. Para vencer esa resistencia habrá que ser creativos y ante todo RESPONSABLES. El virus sigue ahí… con el riesgo de contagiarnos en cualquier ‘tiro de esquina’.