Los libros son por su contenido, pero valen según varios factores. Lo que no ha pasado y seguramente no volverá, es ese tiempo cuando los libros «cotizaban» por su peso, por kilos, o por metros; ciertos «clientes» compraban volúmenes para exponer en largos anaqueles y presumir de tener «bibliotecas» muy extensas.
Hoy un autor muy apreciado nos ha puesto en esta cavilación, cuando narró delante de muchos asistentes a la presentación de una nueva obra cómo desarrolló el aprecio por los libros, especialmente en sus paseos por calles de esta urbe hace más de 40 años, en donde se encontraba con ventas de libros usados o «de segunda».
Exaltó eso que valoriza a muchas obras cuyos contenidos ya son de por si ricos, pero manoseados o repasados por manos y ojos que los curiosearon o los compraron, y los devolvieron al mercado. Algunos seguramente vendidos, pero en el mayor de los casos regalados o hasta tirados a la basura.
Un libro tendrá precio en una estantería del librero, (aunque sea ya leído o de segunda) pero empieza a tener VALOR en la conciencia de los ojos que leyeron y vitalizaron (dieron aire y vida) a lo descrito o narrado en sus páginas. El verdadero valor de los libros se los da el lector. Con su abordaje. Con su participación y su vivencia. Aunque controvierta, o alegue. Es el valor de las obras escritas.
Los más leídos no necesariamente son los mejores libros. Eso de los «bestseller» que solo indican un número de ejemplares vendidos y salidos al mercado, no necesariamente corresponde a la valoración de sus contenidos. Tampoco muchos «Like» en redes, ni menos, tantos retwiteos o aludes de «tendencias», son las que valorizan en los engaños modernos, los mensajes y sus contenidos.
Y tampoco incurriríamos en la ingenuidad de sugerir que al revés. Libros de escasa circulación, por muy buenos que fueren, no alcanzarían el valor de esos que arrastran demandas por curiosidad, por necesidad o por los caprichos de mercaderes a quienes inspira otras motivaciones distintas.
Puede ocurrir que un discreto libro en números de circulación, pase de mano en mano y alguien tome la deliberada audacia de piratearlo, pero deba quedarse con la amargura de haber perdido sus esfuerzos. Porque no encontró el tesoro que buscaba, seguramente solo en oro y sin el peso específico de los reconocimientos por no haber parido la obra: el autor es el digno receptáculo de cualquier reconocimiento y no el editor, el impresor, el ilustrador, o el simple vendedor ni los tan activos agentes y promotores culturales. Son roles y merecimientos diferentes.
Por eso afirmamos que el verdadero valor de un libro no es el precio de estantería o la especulación con él en remates, martillos o subastas: está en su interior y en la recreación que el lector aporta.
Por eso resulta útil citar las frases de calificados lectores, que al pasar las páginas dicen: «Está aquí descrito el verdadero paisaje cultural cafetero», Blanca Inés Arellano de Zorro. «Habrá paisaje más onírico, mágico y poético que una COSECHA DE BESOS», Tonny Panesso; «Cosecha de Besos es información y deleite para los que se detienen a decodificar y construir sentido alrededor del tema que es el café», Rosalba Steele; o «Es un verdadero decálogo de los valores autóctonos de la cultura cafetera», Reiner Rivera.
Uno no construye, cuando escribe, tantos imaginarios, como cuantos es capaz de recrear quien lee, pues desde sus particulares experiencias, están dotados de más mundos, que el propio autor de las frases, las páginas y los capítulos puestos en una obra.
Así, el libro es un diamante en bruto que cada uno ve tan bello y tan esplendoroso como lo proyecta su propio espíritu de valioso lector.