ESCAMPAVIA. Mientan que de la mentira algo queda.

Por JUAN GUILLERMO ÁNGEL MEJÍA

Tiene razón el padre De Roux cuando afirma que la mentira es inadmisible; todo aquello que se edifique sobre el engaño termina mal.

La mentira es un delito muy grave en el mundo civilizado, los más altos dignatarios han sido condenados por engañar más que por las faltas sobre las cuales faltaron a la verdad, dado que ella es el pilar de la justicia y la sana convivencia.

Se equivocó Biden al negociar con los Talibanes y entregarles, entre otras joyas, la lista de los ciudadanos a expatriar, también pecó de ingenuo al aceptar que se respetarían los derechos humanos, que nada malo sucedería, confiar ha sido desastroso: fusilamientos sin fórmula de juicio, bombas asesinas, violación de todos los derechos humanos.

En nuestro caso nos ofrecieron un tratado de paz, el fin de la violencia como resultado de años de negociaciones las cuales ojalá hubieren sido ser el resultado de un gran acuerdo nacional, sin dobleces ni engaños, con la verdad como estandarte y garante de la buena fe de las partes. Que decepción, las promesas de: verdad, reparación, entrega de la fortuna amasada con el delito, el propósito de enmienda “volaron cual palomas migratorias desde la cruz” para Venezuela y los cultivos de las amapolas. Santos tejió una complicada tramoya para incumplir su compromiso de respetar la constitución y las leyes que el mismo propuso para legitimar lo que en la dictadura cubana negoció; los colombianos creímos que nuestra opinión sería respetada, que el resultado de las urnas sería prenda de garantía, que no habría ni impunidad para delitos de lesa humanidad, que se conocería la verdad, meta imposible puesto que el acuerdo, una vez negado por el voto popular, se revivió  en la penumbra de las togas y los vericuetos palaciegos, que dolor, el acuerdo de La Habana debemos “juzgarlo por sus actos no por sus palabras” como dijera el principito de Saint Exupéry.

La Comisión de la Verdad, cuya misión es esa, contar lo que pasó sin matices ni maquillajes, algo distante de juzgar o proferir sentencias, es un ente con una responsabilidad histórica y moral que tiene que estar por encima de toda duda.

Desafortunadamente tanto el padre De Roux, como algunos, sino todos los integrantes del ente encargado de verificar los hechos, han participado de manera activa en el conflicto, sea alabando las actuaciones de quienes han cometido delitos de lesa humanidad, sea condenando las actuaciones de otros actores en el cruel conflicto.

A pesar de lo dicho queremos creer, creer que la comisión de la verdad se ceñirá a ella, y que a pesar de los prejuicios evidentes de muchos sino todos sus integrantes, al fin de la jornada llamarán al pan pan y al vino vino; los malabares sobre los cuales se cimienta incluso su legitimidad, han de hacer parte de sus conclusiones.

Sí es posible un mejor país, pero este nuevo estado no será posible por la acción de un redentor, por el contrario, solo cuando la sociedad empiece a reconocer sus errores, cuando dejemos de creer, contra toda evidencia, que no es a través de un estado propietario no solo de todos los bienes sino castrador de las libertades como lograremos esa patria justa y libre.

Las revoluciones que dieron origen a la democracia contemporánea reclamaron Libertad, la limitación del poder del estado, de los soberanos; hoy los que se dicen demócratas, por el contrario, nos predican un estado todo poderoso, aquel que definió Lenín: “Usaremos a los idiotas útiles en el campo de batalla. Incitaremos el odio de clases. Destruiremos su base moral, la familia y la espiritualidad. Comerán las migajas que caerán de nuestras mesas. El Estado será Dios” 

Tal vez Mark Twain tenía razón cuando afirmó: “ninguna cantidad de evidencia logrará convencer a un idiota”.