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SociedadEsperanzas en tiempos de crisis

Esperanzas en tiempos de crisis

Por: Alba Nury Orozco Gómez

Desde el día en que aprendí a leer los periódicos y a escuchar las noticias, no puedo recordad un periodo –ni siquiera corto- en que la muerte no ocupe gran parte de los titulares de los medios de comunicación; éste pensamiento me resulta siempre desolador. Hay quienes censuran a los que pensamos en esta realidad, la nombramos y nos preocupamos por ella. Dicen, quienes nos censuran, que en Colombia también pasan cosas buenas, que no todo es muerte, corrupción y desigualdad;  nos señalan y nos recuerdan, como si no lo supiéramos, que en Colombia también pasan cosas buenas; y tienen razón, de que otra forma  podríamos ser los precursores del “realismo mágico” y  hacerle creer al mundo que Macondo existe o simplemente levantarnos cada mañana.

No sé ustedes, pero, yo no puedo dejar de preguntarme qué nos pasa, si no son los asesinatos de líderes sociales, las amenazas de muerte a médicos y enfermeras, es decretar la muerte a senadores a través de palabras cargadas de odio; Vivimos en un país donde se aprende a matar antes que hablar.

No es normal, me digo, no pasa en todos los países, no pasa en todas las sociedades.  Busco algunas razones y reviso en mi memoria, paso ligeramente por nuestra interminable historia de violencia, aceptando que sea posible que en nuestro telar cultural exista un repertorio de lógicas desfavorables a la vida. Hemos vivido en guerra, me digo. Somos el segundo país más inequitativo del mundo; e incluso “Somos desiguales hasta para morirnos” como sentencia la alcaldesa Claudia López, en tono de súplica ante los oídos sordos del presidente Iván Duque.

La desigualdad, como la nombra la alcaldesa, nos ayuda a entender mejor los límites que no nos podemos permitir; hemos tejido durante años un mundo de indiferencia, que unido a la violencia se ha disputado nuestra humanidad; la historia de violencia explica en algo nuestra imposibilidad de la palabra antes que del golpe, pero la indiferencia es un monstruo peor que se impuesto como la aparente imposibilidad del cambio.

Nunca todo está perdido, me recuerdo, mientras regreso nuevamente a la historia, buscando en la memoria de otras sociedades que, como Portugal, dan cuenta de la posibilidad siempre presente del cambio y que con gran dignidad defiende el principio de la democracia y la justicia social, como pilares de bienestar y felicidad recíproca.

Veo, también, como diferentes sectores de la población colombiana que nunca antes se habían visto obligados a cambiar su estilo de vida, a vivir en la incertidumbre económica, a no poder planificar su futuro por falta de garantías laborales, a sentir la posibilidad real de no ser atendido por el sistema de salud y reconocer como propia la desigualdad social del  país en el que viven, salen a pronunciarse, alzan la voz y se cuestionan; y aquí encuentro más justicia en mis pensamientos, pues su cuestionamiento permite comprender que hay seres humanos que se han visto obligados a vivir siempre como si vivieran “en un periodo de contingencia”, el cuestionamiento aquí, aunque en principio egoísta dirán ustedes, es la forma de solidaridad que necesitamos; si cuestionamos el riesgo de nuestro bienestar es posible, también, que nos pongamos en el lugar de tantos y tantos a los que hemos decidido no mirar, no ayudar, no apoyar, no animar en sus luchas, no respaldar en sus exigencias legítimas, en resumen no defender sus derechos como si fueran los nuestros. Hoy la vida misma nos interroga; nos pone a todos de forma irremediable a reconocernos tan frágiles como humanos; a constatar nuestra interdependencia y entender que pese a todas nuestras arrogancias y ficciones estratificadas, vivimos bajo el mismo cielo, respiramos el mismo aire y amamos con la misma intensidad la vida. Hoy tenemos la posibilidad de encontrarnos y sentir como propia  la legítima lucha que otros han iniciados en la búsqueda por la igualdad.

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