Por James Cifuentes Maldonado
Más grave que la pandemia, pareciera ser la falta de información real y confiable que nos indique cómo estamos y para dónde vamos. Hasta ayer los números, aunque graves, con más de 3500 contagios y más de 144 muertos, indicarían que la situación está controlada y no debería salirse de madre y tornarse como en Italia, España o Estados Unidos.
Pareciera que somos afortunados, que tomamos decisiones a tiempo y pareciera que, a pesar de los indisciplinados, la mayoría de los colombianos hemos sido sensatos y hemos aceptado darnos la casa por cárcel, sin saber hasta cuándo.
Estamos aguantando, mirando de reojo y con algo de inquietud la billetera y la nevera, pensando en aquellos que dependen de que nuestras tarjetas pasen en los cajeros y no nos causen vergüenzas en los supermercados.
Es inevitable imaginar que esto llegue a suceder o que la anarquía se tome nuestras ciudades y que el dinero no sirva de nada, si los establecimientos llegan a cerrar por el desabastecimiento o el vandalismo. Pareciera que vamos bien, solo porque estamos quietos, pero el encierro es una seguridad que ya empieza a parecer precaria.
No creo ser el único al que se le haya cruzado por la mente un desenlace apocalíptico; es inevitable, como inevitable ha sido toda esta sobredosis de trascendentalidad que nos han metido por los oídos y los ojos a través de las redes. A estas alturas ya he escuchado una docena de versiones distintas de la canción «Resistiré», ya no me cabe una cadena de oración más y perdí la cuenta de los mensajes que me invitan a volver a la esencia humana.
El existencialismo desbordado que estamos experimentando por estos días, me hace recordar las veces que he estado parado frente al cajón de un difunto, de un pariente o un amigo que se ha ido y me ha puesto a reflexionar sobre lo frágiles que somos los humanos y lo fugaz que es la vida, creo que no hay un momento de mayor claridad y de mayor contrición que ese, que nos invade de propósitos de cambio, de buenas intenciones que subsisten mientras estamos en el velorio y, cuando mucho, mientras pasa el novenario.
Presiento que, así como se nos pasa de rápido la conciencia reveladora que deja la muerte de un ser querido y se nos desvanecen los arrebatos de integridad, los terrícolas superaremos la pandemia, y en unos meses habremos olvidado sus angustias, volveremos a ser los mismos y ya no tendremos ni idea de qué era lo esencial ni por qué era tan importante ser solidarios. Espero, de corazón, equivocarme.
Estadísticas tardías, con pruebas de hace dos semanas, no es ni confiable, ni alentador el panorama,
Cero confiabilidad.