«Donde hay lucha ideológica, hay lucha revolucionaria,» decía Lenin subrayando la importancia del análisis teórico sobre los problemas políticos. Aspecto que las FARC y el ELN habrían perdido de vista debido a que practican un militarismo hirsuto_ financiado hasta con el narcotráfico_, que constituye la negación de cualquier ideal revolucionario.
Pero ¿En realidad es éste el principal problema que se plantea a la subversión para firmar la paz? Algunos politólogos europeos no lo creen así. Ellos consideran que en el plano internacional nuestros subversivos están poco menos que ideológicamente aislados, pues hace décadas no existe un país marxista que exhiba resultados económicos positivos. La China debe su poderío a la existencia de un feroz mercado capitalista. Y ¿Qué tan sinceramente marxistas pueden ser los dirigentes de un país donde el presidente y secretario general del Partido Comunista posee una fortuna calculada en unos 2.700 millones de dólares y cuyos colegas del comité central amasan capitales similares ?
Vietnam parece formalmente comunista, pero en Hanói y Saigón los obreros de las fábricas levantadas por el capital extranjero toman Coca Cola y comen hamburguesas Mac Donals. Los de Cuba apenas subsisten económicamente y tienen la certidumbre de que el régimen es insostenible por sus propios medios. Quedaría Corea del Norte, una increíble «monarquía comunista» cuya potencia nuclear se mantiene mediante una atroz dictadura, y cuyo pueblo envidia los niveles de vida alcanzados por sus compatriotas del Sur.
Si esos son los resultados de centenares de años dedicados a subvertir el orden capitalista, es claro que el marxismo_ al menos en su aspecto político_, ha fracasado históricamente. A pesar de que Marx realizó las más aguda crítica conocida al sistema capitalista, y que sus teorías movieron las masas por más de cien años, desatando cruentas revoluciones y guerras civiles.
Un ex canciller de México, Carlos Castañeda, hace una década predijo con gran agudeza que los únicos movimientos marxistas exitosos en América Latina serían aquellos que abandonaran las armas y también la teoría de la «dictadura del proletariado»; como en efecto ocurrió en Venezuela y Nicaragua, con resultados bastante dudosos para el futuro pues dependen del viejo vicio latino del caudillismo.
Tal es el panorama ideológico e internacional que acompaña a la subversión colombiana. No es nada halagüeño. La realidad de esta situación política, sumada a su escasa influencia sobre las masas urbanas de Colombia_ en un país donde más del 80% de la población está radicada en terrenos citadinos_, hace inviable continuar la lucha armada desde el punto de vista de la teoría revolucionaria.
Si no se puede ganar una guerra, si además las únicas perspectivas de continuar la lucha son de naturaleza política, entonces, hasta el más recalcitrante de los marxistas criollos debería aceptar que se firme una paz de compromiso, que permita utilizar otros medios. Y aquellos que se esforzaron por suprimir la «explotación del hombre por el hombre», no debieran preocuparse demasiado: La lucha continuará_ por otros medios no violentos_, mientras haya humanos que se sientan responsables por otros humanos que sufren. Al fin y al cabo el profeta barbado lo sentenció en su oportunidad: «El marxismo es una doctrina que se supera a sí misma».