Fundado el 9 de febrero de 2020
LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

Sin categoríaLa morada del fúnebre

La morada del fúnebre

POR JERSON LEDESMA

Cuento parte III

Las escaleras conducían a un pasillo cerrado donde un alma en pena auguraba algún final sobre su gris existencia, reposaba inerme sobre la orilla de una pequeña cama sostenida en viejas tablas a punto de romperse; empero, su cuerpo tan largo como su historia llegaba hasta la punta de sus botas casi sueltas, la desharrapada figura del hombre asentía como estampa penumbrosa de aquel frío lugar. 

Era inevitable no aplastar cientos de pedazos de tabacos espolvoreados por el suelo, aunque trataba de esquivar a paso lento, era imposible no pararse sobre ellos; el olor era penetrante, tanto que impregnaba el aliento exhalado con dificultad. Este era el último refugio de sus batallas; algunos retazos de periódicos de antaño mostraban su juventud ida, cubiertos con una gruesa capa de vidrio para protegerlos del tiempo, porque según sus últimas palabras, el tiempo es un enemigo que aún se acomoda arriba de su cabeza para arrancarle los pedazos de la memoria. 

No obstante, de aquella llamada familia de otrora, no sabía de rastros: hijos, hermanos, mujeres, rostros desvanecidos, hasta el color de sus voces había dado vuelta atrás por el camino de vereda y es que los caminos también se extraviaban en sus intentos de dormir sobre sus propias orillas. 

Una ráfaga de luz solar se filtraba por el roto del tejado, solo así pudieron verse sus ojos grises, casi desaparecidos; su boca arrugada como un papel se desdoblaba trágicamente para dejar morir en el vacío el sobreesfuerzo de una palabra, porque las palabras arrinconan, intimidan, ahuyentan con sus olores salvajes; persiguen a extraños moribundos que desentierran y visitan a otros moribundos, invaden con sus soledades; se precipitan de principio a fin. 

El brazo derecho, tremulante como la rama de un árbol, incorporó inusitada violencia para sujetar el camisón de quien acechaba enfermamente, lo atrajo para sí mismo y con el ápice de su lengua absorbió los pómulos, luego mordió la frente para despellejar la carne y adherirla; no conocía alimento que le devolviera esperanza, tampoco tierra fresca que emanara líquido de alguna superficie; abandonó su suerte una vez más para que la sangre mojara su lecho. 

Gritos de dolor sujetos al ardor de las paredes, el sol ya no difuminaba, del techo la lluvia goteaba un par de lágrimas, afuera los perros ladraban; el calor apresaba, la humedad asfixiaba; la respiración ya era cortante. ¿Dónde estaban ahora?

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Más articulos