A riesgo de parecer a Burgos, aquel monje amargado de El nombre de la rosa, la obra maestra de mberto Eco, el mismo que envenenaba las hojas de los libros solo para que la gente no encontrara el libro de la risa, yo me niego sustancialmente a sonreír tan siquiera con lo que sucede en este país.
Cada vez que ocurre un hecho noticioso que raya en lo absurdo, saltan los humoristas de redes a burlarse de semejante tragedia nacional, como si ya no hubiera otro remedio que trivializar el asunto, volverlo otro chiste, una anécdota sin importancia que los políticos y periodistas tratan de magnificar para fingir un interés amarillista. Pero al finalizar la noticia, se delatan, poco les importa, porque surge el meme, el chiste, la burla, dejando un aire rancio, ácido, pesado, de desesperanza, una resignación burlesca que lo único que logra es jodernos más.
La fuga de Aida Merlano, de Santrich, el intento de evasión de la justicia que todo el Centro Democrático quiere lograr, la evasión de impuestos, el Coronavirus, las fugas de ministros investigados, agentes del DAS, Odebreht, Reficar, etc… y sus consiguientes burlas, solo nos demuestran que este país no ha sido tomado lo suficientemente en serio como para detenernos a repensarnos como nación, grupo social o comunidad.
Ya es hora de que paremos un rato y nos miremos a la cara sin reírnos, sin buscar el chiste repentino y flojo que nos saque de ese estado de concentración en el que deberíamos estar. Detenernos a pensarnos con seriedad, sin tener que soltar una carcajada porque vimos a una vieja inescrupulosa caer de culos cuando huía de la justicia y aplastaba de paso, con su trasero blanco, todo intento por desmantelar una cadena de corrupción que sin duda debe tener su último eslabón en el mismo corazón de nuestros gobiernos.
Gracias, pero no me da risa, porque lo que ocurre es grave, se trata de la ridiculización de la institucionalidad, de la burla a lo que llamamos gobierno, Estado, País, es decir del desmoronamiento de eso que nos hace sentirnos pertenecientes a algo.
Mientras la Viceministra señala equivocadamente a los estudiantes de bandidos y anárquicos, la anarquía le explota en sus propias narices, en el INPEC y en ese Congreso en el que pocos ya creen pero por el que todos votan, porque se requiere mantener el horrible espectáculo que nos muestran a diario. Ya perdimos la capacidad de asombro y asco, y eso es lo peor.
La risa, la burla constante a través de memes y chistes de radio, ya se me hace insoportable, porque la muy endemoniada sonrisa de burla que la aparatosa escapista se fue a poner antes de huir, es el espejo de lo que somos; pusilánimes espectadores de un show, dispuestos a seguir aplaudiendo a los protagonistas de nuestra desgracia.
Como en el Nombre de la Rosa, abajo el pueblo recibe las sobras y se ríe nervioso, temeroso de Dios, con sus dientes podridos, porque no tiene más que esa vulgar y cobarde mueca para evadir la indignante realidad. Pero, hay otra forma de pelar los dientes ante tanta corrupción, solo que no nos atrevemos.
No puedo estar más de acuerdo Cavisa, en esta misma línea he pensado en la pobreza de los caricaturistas y humoristas colombianos, que han olvidado que la repetición hasta la saciedad de la parodia, desactiva su potencia desestabilizadora, que es su fin último en cualquier sociedad. Todo este panorama más que ayudar a la reflexión y a la crítica, ayuda a naturalizar ese panorama horrendo que pretendemos denunciar ¿Qué hacer entonces?
Pusiste el dedo en la llaga, Carlos Vicente. Un abrazo