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LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

ActualidadLa voz que escuchas

La voz que escuchas

Hay una enorme diferencia entre la voz que escuchas y la voz que te habla, a todos nos hablan dos voces, la del ego y la del alma. Una de ellas habla tranquila, bajito y con calma, la otra es todo un estruendo, impositiva y amañada. La diferencia entre que la escuches y que ella tome la palabra, radica en lo que haces con eso que te dice, si le haces caso al cuento que te narra. Para oír a la primera hay que hacer un gran esfuerzo, anular lo que pensamos y elegir lo que queremos; escuchar a la segunda es mucho mas fácil, porque grita, no habla. Nos estamos quedando sordos por el volumen con el que se reproducen sus palabras y ya no podemos escuchar aquella tenue vocecilla que nos invita a retornar a la calma. Una está condenada el exilio, la otra tiene la gloria anticipada, además de ser fuerte y robusta, es inteligente y malintencionada.

Debo confesar, con el orgullo puesto en tierra, que me creí más letrada, me esfuerzo tanto por escuchar los susurros detrás de los gritos de la maleducada; pero no, no es verdadero, todo esto es una falacia, una gran mentira, un enorme cuento, es otra de sus artimañas. Y eso que yo la conozco, y que más de una vez la he cogido con las manos en la masa, hace poco me contó una historia que me tragué con todo y portada. Me hizo sentir dueña de la verdad, haciéndome victima y victimaria, con la potestad de emitir juicios, imponer condenas y ejecutarlas. No pude ver su cara sonriente detrás de todo lo que orquestaba, yo me sentía segura de lo que sabía y de lo que, camuflado, me entregaba. Es tan inteligente, tan brillante como malvada, si acaso el diablo tiene voz, tendrá que ser esa voz la que me habla. Pintó mi vida de oscuridad cuando la luz aun entraba, puso obstáculos en mi camino, para que no siguiera, para que regresara. Me cuesta aceptar que le creí, sobre todo porque sé que soy obstinada, pero aquí se encuentra esta mujer, confesando su error con palabras, plasmando cada letra como testimonio de que fue utilizada por un animal que vive en ella, una bestia a la que poco alimentaba, le escondía la comida, ¿cómo es posible que engordara?

Todos somos blanco y negro, Caín y Abel, demonio y ángel de la guarda, buenos y malos en extremo, pero tenemos una inclinación que si es voluntaria. Si tuviera que darle forma, diría que el ego es un lobo negro, lleno de sangre y arrogancia, se sabe fuerte y poderoso, por eso destruye todo lo que alcanza. Es muy fácil verlo en algunos, en lo que muestran y en lo que hablan, a grito herido lo confiesan, le sirven comida en abundancia. En otros en cambio, se viste de oveja, y se mueve sutil, con elegancia, se camufla entre las grietas que deja la duda y la falta de confianza. Por otro lado, el alma es un ave chica, que espera a que le abras la jaula; no puede hacer mucho allí encerrada mientras el ego aúlla duro y tu permites que te distraiga.

Así vivimos en este juego, en esta dualidad que nos condena y por poco nos mata, creyendo ser luz teniendo tanta sombra o yendo a la oscuridad cuando aun hay un rayito que se cuela por la ventana. Me descubrí justo en esta noche en una pregunta mal conjugada, me voy a la cama con la certeza que ante cada acto debo primero hacerme de nuevo la pregunta indicada; ¿ A qué voz estoy escuchando? ¿A qué animal estoy alimentando? Debo plantearme constantemente este interrogante, para descifrar la jugada, para desenmascarar al impostor que me vende por oro lo que no alcanza a ser plata.

Finalmente, y para mi consuelo, siempre podré elegir a qué animal le sirvo en abundancia y a cuál alimento con migajas. Ahora acepto que el lobo es fuerte y que no morirá de hambre, aunque asesinarlo yo intentara; que puedo descubrirlo cuando el que me sirve de espejo ve su reflejo en mi mirada. Puedo escuchar en primera instancia la voz que grita o esforzarme por oír el dulce canto del ave de la jaula; es una decisión que se toma en cada acto y en cada palabra. Ahora bien, lo que elija el otro no me corresponde, cada quien sabrá si quiere tener garras en lugar de alas, probablemente de andar por el cielo te canses, y para descansar un poco del viento, quieras correr en cuatro patas. Lo que debo vigilar son las intenciones de mis actos, incluso más allá de las consecuencias que por ellos se pagaran. Sería muy triste perder un amor verdadero por escuchar la voz errada, en lugar de poner las manos en el corazón y sentir los latidos que te dicen: “El orgullo es una armadura que no determina tu fortaleza, solo te cubre de la herida de un arma”. Pero también sería desastroso condenar un alma a que se quede cuando el ave le dijo que volara.

Hay una filosofía que es propia y me atribuyo confiada, aunque la mayoría de las veces se me olvide aplicarla; Todos tenemos un sentir primario que determina lo que te dice tu alma. Todos conocemos la respuesta antes de que la pregunta sea formulada; en la duda se esconde la posibilidad de que tus intenciones no sean verdaderas, que sólo estén bien decoradas. Esfuérzate, no tengo la formula, pero cuando tengas que construir una pregunta, ve a ese sentir primigenio, al inicio de la comparsa, cierra los ojos, calla la mente, lleva tus manos al pecho, es ese latir el que te habla, él tiene la respuesta, te dirá si lo que brilla es verdadero o una gran mentira disfrazada.

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