Estar mal es estar en la olla y, además, vivir en una “olla”, es estar muy mal. No es suficiente entender lo que es vivir en esos contextos difíciles, complejos y complicados, que con desprecio llamamos “ollas”.
Con ese término peyorativo y ofensivo señalamos a una población víctima del abusivo marginamiento social, pobreza extrema y abandono del Estado.
Los pobres que viven en las ollas de barrios y municipios vulnerables y vulnerados, no pocas veces son discriminados. O utilizados para revictimizarlos cuando quienes eructan pavo, tramposamente sacan pecho con “resultados de inversión social”.
También ciertos operativos de orden público en las ollas, son objeto de anuncios oficiales desconociendo que allí no es el delito el que campea, sino la miseria la que lucha contra el hambre y la ignorancia.
Un personaje mano derecha de cierto político populista, tenía la costumbre de estar atento a los incendios o tragedias para salir corriendo al sitio a repartir mercados, hazaña sin gloria y sin pudor, pero con despliegue en redes sociales y con alarde del favor divino con que lo hacía.
Un día, contrario a mi estilo de no controvertir ni hacer polémicas inútiles en redes sociales, decidí decirle que al menos no invocara al dios que le daba la gracia de ayudar a los que están en la olla, pues aquel dijo: “Que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha”.
También poderosos personajes públicos, con recursos públicos y con medios públicos, hacen despliegues obscenos de asistencialismo social en las ollas a gentes humildes que aguantan hambre y viven necesidades básicas insatisfechas. Miserabilismo que crece.
Hace pocos años, un presidente de la República vino a Pereira a repartir cheques del programa Familias en Acción. Con curiosidad me acerqué a una señora que feliz mostraba su cheque. Ella venía desde Istmina Chocó (municipio fundado en 1834, más viejo que Pereira y más abandonado).
El cheque que recibió la humilde mujer, por dos hijos inscritos en el programa, era la mitad de lo que había gastado en pasajes, alimentación y hotel, pues para estar a tiempo, había llegado desde el día anterior. El estado de gracia infinita de ella radicaba en que “el cheque me lo dio el presidente de la República”. Trampas de la pobreza.
200 años atrás, Bolívar veía la ignorancia como la peor tragedia del ser humano, porque en su sentir, “Un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción; víctima de la ambición de quienes abusan de la credulidad, la humildad e inexperiencia de personas ajenas de conocimiento político, económico o civil que adoptan como realidades las que son puras ilusiones”.
Colofón: Ni en la condición humana ni en el abuso a los humildes, hemos cambiado nada.