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PolíticaLiberalismo decadente II

Liberalismo decadente II

Por Luis García Quiroga

Plasmando con hechos históricos y anécdotas cómo el Partido Liberal pasó de los gozosos a los dolorosos, de la pasión que hacía hervir la sangre e incluso ofrecerla, a la penosa decadencia y desprestigio sin par en la historia política del país, el ex alcalde y ex senador Juan Guillermo Ángel recién escribió su columna “Añoramos a los jefes liberales”.

De mi propia cosecha, me tomo la libertad de agregar:

Hay evidencia palmaria que, de ese liberalismo decadente, enmermeladado, transfugista y puestero, solo queda el manido pretexto de quienes dicen ser de “estirpe liberal” mientras se pasean de partido en partido cada que cambian las condiciones y las canonjías.

Cuando yo tenia 5 años de edad, en 1956, mi abuelo antioqueño Antonio García, gregario del líder liberal Heraclio Uribe Uribe, fundador de Sevilla, fue asesinado a balazos en la plaza La Concordia, por orden de “El Cóndor” León María Lozano.

Mi padre, Antonio García Osorio, un analfabeto ilustrado que recitaba el discurso de Vargas Vila ante la tumba de Diógenes Arrieta, fue aventurero, hombre de espíritu libre, comerciante y tahúr. Huyendo de “Los Pájaros” (así les decían a los pistoleros de “El Cóndor”, el pájaro mayor) llegó a Pereira en 1950 con mi madre santandereana, que me traía en su vientre.

Años después, ni siquiera pudieron asistir a los funerales del abuelo por solidaria sugerencia de Marcos Granada, famoso pistolero de “El Cóndor”, quien en la infancia de mi padre había sido vecino y compañero. De no haber sido así, yo habría sido huérfano a los 5 años y nunca hubiera tenido la fortuna de los hermanos que la vida de mi padre me dio.

“Toñito, no vengas a Sevilla. Estás más seguro en Pereira”, dijo en excepcional gesto proveniente de un criminal tenebroso. Granada, el pistolero, tenía razón.

Un hecho ilustra la amenaza pública que “El Cóndor” significaba en el Valle del Cauca: Cuando el presidente Rojas Pinilla quiso proteger a “El Cóndor”, lo sacó de Tuluá escoltado por un batallón y eligió a Pereira como refugio donde de madrugada iba a misa al templo de La Valbanera, (donde fui bautizado). Cerca de allí fue asesinado al tenor del estilo sediento de odio y venganza que nos persigue hasta nuestros días.

Eran los malos tiempos de La Violencia y los buenos tiempos del liberalismo como partido y como doctrina política. Mi padre hablaba de la grandeza del liberalismo pereirano, muy gaitanista. Se vivía “la causa liberal” y Pereira fue plaza roja del país. Era un orgullo ser liberal de raca mandaca y serlo dependía solo de las ideas y de la sangre que corría por las venas y también por calles y campos sembrados de terror político.

Pereira fue quizás la única o una de las pocas ciudades en que liberales y conservadores tuvieron una sana convivencia y eran usuales los matrimonios cruzados o sea, que uno de los desposados era del partido contrario. Y nada pasaba a diferencia de otras partes en donde ese tema era objeto de repudio y conflictos.

Otra anécdota ilustra mejor esa convivencia. Alguna vez escuché que, en los años 50 el maestro Luciano García, ya famoso por su aforismo “Aquí no hay forasteros, todos somos pereiranos” -con el que retrató perfectamente el espíritu hospitalario de los pereiranos que recibieron cerca de 50 mil personas desplazadas por La Violencia- solía decir Luciano cuando se pasaba de copas, que él nunca había dicho esa frase así, sino que “Aquí no hay forasteros, todos somos liberales”, lo que resultaba a la vez una ironía y una ebria paradoja porque Luciano era conservador.

Así pues, pese al sufrimiento, la persecución política y los odios partidistas, hizo carrera la frase “Ser liberal es un honor que cuesta”. Hoy, sin líderes, sin banderas, sin ideas y sin pueblo, del liberalismo solo quedan monumentos tristes y retazos de historias que navegan hacia el olvido. No hay guardián en la heredad, ni confianza, ni señales de resiliencia.

Más allá de la narrativa de Juan Guillermo Ángel y de la mía también -que solo busca complementar- está la política en el contexto de un liberalismo cuya opción de ayer fueron los pobres, los libre pensadores y las grandes reformas sociales en los difíciles tiempos de la Constitución de Rionegro y la primera mitad del siglo XX.

En este escenario polarizado que vive hoy el país político del que habló Gaitán para referirse a la maquinaria electoral plutocrática (que está más viva que nunca); y del drama de inequidad e iniquidad socioeconómica del país nacional, que hoy tiene una brecha de injusticia social peor que en los años 50; sin doctrina liberal, el centro político está más perdido que el hijo de Lindbergh.

 Así las cosas, hoy, al liberalismo moribundo, solo le falta la ceremonia lúgubre de un funeral pandémico de quinta, porque nadie iría al entierro.

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