Por JUAN GUILLERMO ANGEL
Bajaron por el Nilo, en barcas funerarias, los restos momificados de los viejos faraones, sepulcros que debían trasladarse por cuenta de la construcción de una enorme presa sobre el caudaloso río.
A pesar de haber transcurrido milenios desde cuando los soberanos fueran sepultados, cuando la caravana pasaba, formados a la orilla del río madre, los modernos campesinos entonaban los cantos de dolor y respeto ante quienes otrora fueran considerados deidades merecedoras de respeto y acatamiento; debió haber sido algo que golpeara a los insensibles corazones que no entendían cómo los siglos, los desarrollos sociales y científicos no habían podido borrar el respeto por la tradición y la historia, del que fuera el más importante imperio del viejo continente, allí donde apareció por primera vez el hombre.
Cuando el adiós se convirtió en tristeza; ante la caravana que trasportaba lo que él no podía llevarse, quienes supieron quién hacía su último viaje desde la Sierra Morena, formaron fila portando globos blancos y aplaudiendo a quien había culminado una faena impecable; llena de enseñanzas, de ejemplos, libre de vanidades y veleidades, trasformador de sociedades y maestro que enseñó que crear empresa no era suficiente, que ese era apenas el instrumento para hacer el bien; Alfredo ilustró y demostró que era posible vivir haciendo, ganar entregando, dar ejemplo enseñando algo que era más poderoso que la palabra.
Alfredo había decidido reencontrarse con sus amores en su querencia: quiso volver a pisar con los pies descalzos sus montañas, escuchar el río que lo arrulló de niño, esperar con paciencia a las pavas de monte regresar a sus nidos, sentir en la cara la brisa fresca que desde lo alto de los Andes llegaba cada mañana, ver desde lejos los yarumos blancos, los hijos de los mojojoyes, que se asoman como copos de algodón en medio del verde más verde, quiso volver a recordar la infancia, apresurar el encuentro con los amigos que lo esperan allá donde él los había depositado, así allá adonde empieza la montaña dirigió sus pasos cuando supo que la batalla por la vida estaba decidida; sabía el viejo guerrero que los siete cueros y las soledades lo arroparían con el mismo afecto que él les había profesado desde siempre, porque solo en ese lugar podía escuchar la voz de sus mayores y al fin y al cabo el oriente eterno estaba allí donde el lo puso.
Sobre Alfredo Hoyos ya han corrido ríos de tinta, no recuerdo en la historia de este mi pueblo un tributo como el que se ha hecho a este hombre que no fue enemigo de nadie distinto de la pobreza, quien no fue cómplice de otra cosa que del bien común, que no hizo alardes ni desplantes, quien dio sin medida, quien le cantó a la vida y se despidió de ella como los grandes.
La negra carroza de la muerte ha pasado esta vez en silencio, los pañuelos blancos saludaron a otro de los nuestros, el precio inapelable de la vida es la muerte, implacable y cruel; cómo quisiéramos que nunca llegara es cierto, pero enfrentar esos negros crespones de pie y sin pedir cuartel es el privilegio de aquellos protegidos por los dioses, hasta siempre viejo amigo, buen viento y buena mar.
JUAN GUILLERMO ANGEL
Quienes pasamos de niños temporadas en La Florida y La Suiza, nos conmovemos hasta lo más profundo con la descripción que hace Juan Guilermo de esa hermosa región, en recuerdo de Alfredo , quien fue el gran líder que la apreció en su grandeza y no ahorró esfuerzos por su conservación. Gracias a su generosidad , respaldada siemprre por Liliana, hemos podido disfrutar del lugar que vivimos de niños y que representa la más bella naturaleza de nuestra región. Sierra Morena es un vivo homenaje a ese gran hombre llamado Alfredo Hoyos Mazuera
Que bello artículo Juan, profundo, poético, haces un homenaje hermoso a Alfredo con tus palabras
Excelente artículo, Alfredo fue uno de los grandes hombres de esta comarca cualquier homenaje se quedaría corto.