Por JAMES CIFUENTES MALDONADO
Llevamos año y medio enfrentando las situaciones y las sensaciones insospechadas que trajo la pandemia, esa tragedia global que se volvió paisaje y que no va a terminar en el corto plazo, por la capacidad que ha mostrado el Covid-19 de adaptarse y regenerarse en variantes, aunque no más letales si más contagiosas, con lo que ello implica para la ansiada inmunidad de rebaño que hoy pareciera inalcanzable.
La vida cobró un nuevo significado, la familia adquirió un nuevo valor, la interacción social se vio seriamente restringida y por consiguiente la economía se vio duramente impactada, por la disminución del consumo y más recientemente por la falta de inventarios que han hecho que los precios de algunos bienes como los materiales de construcción estén intratables, para no hablar de los alimentos como los huevos y el pollo que se volvieron un lujo.
Se pusieron de moda las expresiones resiliencia, reapertura, reactivación, y reinvención, y la gente aprendió a vivir de otra manera, con otros enfoques y con otras prioridades. Los gobernantes entendieron que había que aflojar la rienda y propiciar una nueva forma de normalidad que nos permitiera sobrevivir entre tapabocas, vacunas, distanciamientos y protocolos.
Se disparó el turismo, volvimos a clases presenciales, a cine y a futbol, paradójicamente en medio de un larguísimo tercer pico que se resistía a ceder y prácticamente nos acostumbramos a las estadísticas, de tal manera que hoy 200 muertos nos parecen buena noticia.
Todo eso pasó y, en el caso particular de Colombia, con otro ingrediente no menos determinante, la protesta social, aunque no tengamos certeza de sus repercusiones; no sabemos aún si el 28 de abril de 2021 será el hito que fije el antes y el después de la historia de nuestro país. Las movilizaciones masivas ya cesaron y las expresiones violentas permanecen en menor escala por parte de reductos anárquicos que insisten en incomodar al gobierno y de paso a toda la ciudadanía, por ejemplo, en Pereira, con el vandalismo que subsiste contra el sistema de transporte masivo y en la Avenida la Independencia en Cuba.
Todo lo anterior, políticamente hablando, se ha dado en «tiempo frío» y por eso hoy, a 7 meses de las elecciones parlamentarias y a 9 de las presidenciales, apenas despertamos a esa otra realidad que, quizás adrede, hemos ignorado, por la pugnacidad que genera, y es la inminencia de las campañas al Congreso y a la Presidencia.
Percibo una apatía frente a las elecciones, quizás porque la protesta social nos abrió los ojos frente al país que tenemos y el país que nos merecemos y quizás nos ha generado una ruptura frente a la clase dirigente que ha ejercido la política, y siento que esa es la buena noticia, la mala es que para administrar una nación no hay otra forma mejor que la democracia, y que, por más que los candidatos nos generen resistencia, a alguien tenemos que elegir, porque alguien tiene que conducir, alguien tiene que legislar y alguien tiene que gobernar.
La solución entonces no es darle la espalda al país y a sus instituciones, la solución es asumir nuestro deber ciudadano y concurrir a las elecciones con un criterio bien informado y tomar la decisión que mejor creamos, a conciencia.
Las costumbres y las formas de hacer la política determinan la estatura y la madurez de un pueblo, su inteligencia o su ignorancia, su avance o su atraso y, en ningún caso, la indiferencia y el abstencionismo harán mejor la situación.
La pandemia nos ha permitido ver el bosque de otra manera, cada día trae su afán y creo debemos aceptar un cambio de una sociedad que no le importa aquellos seres invisibles que merecen otro destino.