Por GABRIEL ÁNGEL ARDILA
En la incontinencia de palabras (lanzadas sin controles, ni rubores) en esas redes sociales se ejerce el derecho de tontos que posan de ser en eso «Verdaderos Zánganos», que no sabios.
Al color de la felicidad se antepone el desteñido vomitivo de la bilis segregada por ciertos pensadores ungidos de profetas de Siglo XXI en todos los desastres de ahora: cascadas de babas mientras cuentan sus intrascendencias o sus intransigencias, según el lado de la nalga que descargan encima de las mullidas nubes de bobos que los siguen alelados por sus pregones del desastre. ¡Y este mundo los aguanta!
Esa Pandemia puso en ascenso el ya vaporoso crecimiento exponencial de sus locuras, jugando a la exageración y al descontrol. Al despiste. Al zizagueo de delirantes inspirados. Liberan mentiras para comunicar el estado cirrótico minimizado por varios bichos mutantes del mismo Covid que pierde en sus curvas las series que han de exhibir su letalidad o la eficacia contaminadora, contra los transeúntes de callejas empedradas de compradores compulsivos buscando aguinaldos para regalar y víctimas qué contagiar.
Los sobrevivientes a esta peste, mostrarán ufanos las selfies de sus besos con tapabocas descolgados a la barbilla, o escurridos de una oreja sobre pechos inflados (aún masculinos) y pendulando encima de teclados móviles por donde fluyen sus digitaciones parecidas a ideas. Pulgares muy ágiles abanicarán las barbas, como tomando del pelo a lejanos interlocutores a quienes asquearía toda esa babosería… O lubricarán señuelos para continuar demandando likes o… ahogarán espasmos sin permitir el menor de los orgasmos. Todo es mera ilusión. Virtualidad. Paja y onanismo, aunque suene a redundancia.
Excelente.