Por: Luis García Quiroga
Hubo un tiempo en el que los líderes políticos y cívicos de Pereira se sentaban a las mesas de las diferentes juntas directivas de las instituciones públicas y privadas con dos propósitos: ver crecer la aldea y soñar con una ciudad cada vez mejor.
Y fue así como al inicio de los años 30 Pereira dio ejemplo nacional al dar el salto de aldea sin avenidas, sin edificios públicos, con servicios públicos precarios, sin universidades, sin escenarios deportivos y sin muchas de las cosas que hoy tenemos para el uso y el abuso en el perímetro urbano que llamamos ciudad.
Todo eso, construido por una sana y sabia institucionalidad. Auténticos líderes que se encontraban y resolvían sus desencuentros siempre pensando en lo mejor para Pereira. Es historia escrita con evidencias de sudor y esfuerzo comunitario bajo liderazgos políticos claramente al servicio de causas comunes.
Así fue el crecimiento de Pereira, casi siempre, sin consideración de la extensa y hermosa zona rural cuyas polvorientas carreteras fueron también abiertas en los tiempos que podemos llamar de institucionalidad respetable y honorable, que es la forma como la política se ejerce con integridad y ética sin hegemonías odiosas, peligrosas y sin la corrupción que hoy nos agobia.
En aquellos tiempos, Pereira era más competitiva industrial, comercial y con una infraestructura vial más avanzada que Manizales -que hoy, en el índice de competitividad- es segunda en el país, mientras Pereira es séptima. Ojo con eso.
Y ciertamente, esto tiene que ver con la política y los liderazgos políticos que es desde donde se toman las decisiones, una de las razones que hace 500 años Maquiavelo encontró para partir en dos la historia de la ciencia política, al separar el poder teocéntrico del poder antropocéntrico.
Así de sencillo, porque si hay algo claro en política es que el mayor error de un político es echarse las mentiras y creérselas, a lo que se agregan estériles polémicas que ciertos jefes, algunos de los cuales se espera mucho más que estarse desgastando como mocosos en las redes sociales.
A raíz de mis notas recientes, hablé con un asesor de marketing político que conozco, sobre la forma como peligrosamente se vienen cartelizando los intereses cruzados de dirigentes políticos con ciertos dirigentes empresariales, con el fin de lograr resultados electorales de los que se derivan contratos de proveeduría, que a su vez se amarran con votos y apoyos económicos en las campañas políticas. Igual sucede en el resto del país.
“Yo siempre defenderé a la política” dijo el mencionado asesor y al querer responderle puse freno de mano a mis pensamientos para recorrerlos desde atrás. Desde el modelo de lo que es política no solo como ciencia, sino como praxis, como dicen los franceses “del mundo en cuanto a mundo”, para referirse a las pasiones y las emociones que nos desnudan con nuestras propias miserias y emociones humanas.
Pensé entonces que, la política como definición prístina y no como artículo de compra-venta, nos la han secuestrado los carteles político-empresariales cooptados para repartirse por la vía de la contratación (como ocurre en esta pandemia, por ejemplo) abusando de los impuestos y del patrimonio público, lo que explica la fragilidad del Estado y del tejido empresarial, éste cada vez con un apego voraz y temerario a los negocios y las ganancias, que a la sostenibilidad social.
Entonces, realmente la política no necesita que nadie la defienda, porque como he dicho en otros escritos, la política, como la muerte y los impuestos, es inevitable, incombustible y eterna.
Lo que hay que hacer es rescatarla de los lobos politiqueros y de empresarios inescrupulosos que devoran sus entrañas. Y en lugar de servirse de ella y usarla contra la gente, hay que poner la política al servicio equitativo de la sociedad. Eso se logra de muchas maneras, pero especialmente desde la institucionalidad y la gobernanza como mecanismos seguros y efectivos.
Lo que necesitamos en los tiempos que corren es más política y menos politiquería. Y de lo que tenemos que defendernos es de muchos de nuestros políticos que, con base en la mentira, el cinismo y perversas alianzas que van más allá de la mecánica electoral y de gobierno, tienen secuestrada la verdadera política.
Es un deber de los buenos ciudadanos defenderse de los politiqueros demagogos e inescrupulosos asaltantes del erario que secuestraron los presupuestos en las alcaldías, gobernaciones y en general de todas las entidades del Estado y de sobremesa, aliados con ciertas instituciones privadas para apoderarse del escenario político-administrativo.
Así de sencillo y así de aterrador, porque si algo debería enseñarnos la historia de la ciencia política, es que el poder corrompe; pero el poder absoluto, corrompe absolutamente. Periodistaluisgarcíaquiroga@gmail.com
Hay algo que se llama Norte. y no es precisamente el punto cordial. Es la aspiración legítima de cualquiera, llámese persona o grupo social, es la meta, temporal o definitiva que busca alguien con aspiraciones de progreso y desarrollo. Cuando la política pierde su norte para convertirse en el capricho o herramienta de logros individuales pasa lo que hoy viven nuestros países, nuestros departamentos y nuestra ciudades. Pero más lamentable es que la misma sociedad no haga nada y termine cohonestando con ese comportamiento fútil.
El ejercicio político y la libertad, se pierden en aras de la utilidad.
Sin entes de control : municipal, deptal, nacional, sin denuncias sociales, sobre las acciones corruptas del sistema que nos gobierna., los llamados » políticos» , vividores y oportunistas, instalados desde hace mucho tiempo en el poder, con su forma de operar: subordinación del pueblo, a través de impuestos que no se traducen en obras sociales, posicionamiento eterno en el poder, con prebendas a sus electores, con compra de votos, con negociación de los ministerios, embajadas, cortes, y demás para pagar favores, algunos ejemplos de como funciona el país.
Alianzas políticas, financieras, económicas, de jerarquías , de apellidos, de partidos tradicionales y nuevos solo con el fin de perpetuarse en el poder.
Alianzas sin ideología , sin asomo de moral, de ética, solo para continuar repartiendo: tierras, presupuesto, bienes de estado y demás riquezas nacionales.
La democracia totalitaria que genera: corrupción, problemas sociales, pobreza, exclusión, desigualdad.