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CulturaNostalgias de mi pueblo

Nostalgias de mi pueblo

Por Ernesto Zuluaga Ramìrez

La cuarentena tiene confinados a los pereiranos y de alguna manera esta condición pareciera ser conveniente para quienes escribimos columnas de opinión pues le añade la condición de cautivos a nuestros lectores. No sé si será esa especial circunstancia la razón de la extraordinaria acogida que ha tenido la saga que inicié hace un par de semanas rememorando la vida y la cotidianidad que vivíamos en nuestra ciudad hace cincuenta años pero debo contarles que pocas veces antes había tenido una avalancha similar de mensajes. Mis contemporáneos contertulios me han enviado decenas de ellos con anécdotas y recuerdos que evocan con emoción la época de los cincuentas y los sesentas y me piden que no olvide este o aquel detalle. Debo advertirles entonces que es muy probable que, al mejor estilo de Netflix, les sobrevenga una segunda y quizás una tercera temporada.

Empezaré hoy recordándoles que en Pereira había una excelente variedad de alternativas a la hora de ir al cine y que los “teatros” que existían entonces podían clasificarse por estratos sociales producto del valor de las entradas. Los más populares eran el Colombia, el Centenario y el Pereira que solían acoger películas mexicanas y de “alto” contenido sexual. Este último tenía un segundo piso y la boletería se ofrecía en dos alternativas: “luneta” de precio más alto y “balcón” para quienes tenían apretado el bolsillo. En la gama media estaban el Caldas y el Karká. El primero ofrecía cine de todas las tendencias mientras que el segundo se acercaba más a lo que en la actualidad llamamos Cineclub con películas de alto contenido cultural. Y en la cima estaban el Nápoles —también con dos pisos—, el Consota con un aire acondicionado que nos helaba hasta los huesos y el moderno Capri que se inauguró empezando los setentas. Ocho salas en total para satisfacer al más exigente de los cineastas y en las que además del cine “continuo” que mencioné hace ocho días se ofrecían también funciones de “matinée”, vespertina y noche, a las 3,6 y 9 pm respectivamente. Y cómo no recordar el “matinal” que se ofrecía todos los domingos y festivos a las 10:30 de la mañana y que era exclusivo para el público infantil, aunque obviamente los recintos se atiborraban de papás llevando a sus hijos. Es curioso advertir que hoy no existe ninguno de aquellos teatros a pesar de que en la ciudad hay muchas otras nuevas salsas de cine. Lo que el viento se llevó.

En la todavía muy pequeña ciudad de Pereira había solamente dos empresas de lavandería de ropa (o será redundante?) , Siglo XX y Élite. Ofrecían servicio a domicilio con unas grandes camionetas cerradas en las que recogían y devolvían nuestras prendas las cuales eran sometidas al innovador proceso de “lavado en seco” que no entendíamos que significaba. Allí enviábamos  la ropa “cachaca”, aquella que se usaba en eventos muy especiales, porque la otra —la del diario— debía sufrir el tormento de pasar por el “lavadero”, un rincón de nuestras casas donde era sometida a apretados retortijones para escurrirla antes de ponerla sobre cuerdas y al sol para su secado. Era ropa fina la de entonces.

Y para completar esta tanda, pero solamente para que sirva de abrebocas, les recordaré uno de los bares más visitados de aquella época: “la casa del pandeyuca”, un pequeño “metedero” que empezó como panadería y terminó siendo un maravilloso lugar para escuchar baladas, la música de moda. Ubicado en la calle 28 con avenida 30 de agosto, era uno de los sitios preferidos por los jóvenes quienes aprendimos allí a tomar cerveza y a emborrachar el corazón. Ah nostalgias!

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1 COMENTARIO

  1. Magnificas «Nostagias de mi pueblo». Qué bueno sería continuar estos recuerdos maravillosos.

    Pereira era físicamente pequeña pero cívicamente inmensa. Era una ciudad de conciencia ciudadana, de cultura en el alma y de amor a la patria chica.

    Que bueno que usted siga trayéndonos esos maravillosos recuerdos, son muchos, muchos.

    Gracias

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