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LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

ActualidadOBSERVAR SIN JUICIO: EL ACTO DE VALENTÍA MÁS ÍNTIMO

OBSERVAR SIN JUICIO: EL ACTO DE VALENTÍA MÁS ÍNTIMO

 

 

Si hace quince días hablamos de cómo el caos es inevitable y necesario para la transformación, esta semana la pregunta es: ¿Qué hacemos una vez que el barco se agita? La respuesta no está en el hacer, sino en el mirar.

 

He pasado incontables horas, como seguro tú también, luchando contra mis propias sombras. ¿Quién no ha sentido vergüenza por una decisión impulsiva, o ha intentado borrar de su historia una experiencia dolorosa? El instinto humano nos grita que lo malo debe ser ocultado o combatido. Pero justo ahí, en esa resistencia, es donde perdemos la oportunidad de crecer.

 

El primer acto de valentía real, la puerta de entrada a la madurez emocional y espiritual, es la observación sin juicio.

 

¿Qué significa esto en la práctica?

Significa sentarse en la orilla del propio río y ver lo que arrastra la corriente, sin saltar al agua para intentar detenerlo o cambiarlo. Es mirarte en ese espejo incómodo y ver tus errores, tus excesos, tus miedos y tus partes más densas, y simplemente llamarlas por su nombre:

«¿Esto? fue rabia.»  «¿Esto? fue envidia.»  «Aquí actué desde la carencia.», etc., etc., etc.  Y detenerse ahí. Sin añadir un juicio: «Soy una mala persona por sentir esto» o «Soy un fracaso por haber hecho aquello».

 

El Observador y la Conciencia.  Este ejercicio que conocí de otros seres que encontré en mi búsqueda (Diana Suárez y Julio Vargas), tiene un eco profundo en conceptos que hoy se estudian seriamente. Si bien no es una fórmula médica, es un principio fundamental en el camino del autoconocimiento. Se relaciona con la física y la espiritualidad: somos el observador.

 

En la física cuántica, existe el principio de que el acto de observar un fenómeno afecta su estado. Al llevar esto a nuestra vida, descubrimos una verdad transformadora: cuando tú te observas a ti mismo—tu emoción, tu pensamiento, tu reacción—, dejas de ser la emoción. Te conviertes en el testigo, y esa pequeña distancia es el inicio de tu libertad.

 

Mientras tú te identificas con la rabia («Soy rabia»), eres una víctima de ella. Pero cuando la observas («Hay rabia en mí»), recuperas tu poder. La rabia sigue existiendo, pero ya no te posee. Deja de ser un monstruo en la oscuridad para convertirse en una sombra iluminada por tu conciencia.

 

El Desapego de la Culpa.  Observar sin juicio es la única forma de desprendernos de la culpa, ese lastre inventado por la mente que nos separa de la integración. La culpa te dice: «Eres malo». La observación te dice: «Hiciste algo, apréndelo y avanza».

 

Integrar esas partes «impuras» sin drama, sin vergüenza y sin señalamientos externos es la prueba de que entendiste la lección de la vida como escuela.

 

No somos ni demonios ni santos; somos diablos y santos a la vez. El caos nos empuja a mirar, y la observación nos permite aceptar esa dualidad. Esta aceptación, créeme, es un acto de rendición genuina ante lo divino.

 

Este es el segundo paso en la construcción de un ser más consciente y completo. La próxima semana profundizaremos en la valentía que se necesita para sostener esta mirada.

 

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