Transgrediendo los limites en el territorio del cine, ampliamente conocidos y comentados por nuestro critico German Ossa, vamos a poner el tema sobre la mesa, otra versión, una más terrenal, una menos artística, menos filosófica y profundamente anti ética. El reciente arresto de un conocido rapero (Puff Diddy) ha vuelto a poner en el centro de atención los problemas más oscuros de Hollywood y la industria del entretenimiento: la explotación laboral y sexual, el acoso y la deshumanización. Bajo la fachada de glamour y estética, existe una estructura podrida por la codicia, la ambición, el egocentrismo y el abuso, donde las figuras de poder se aprovechan de la juventud, el talento y la vulnerabilidad, es la sociedad de plástico que denunciaba Rubén Blades.
Este escándalo no es un caso aislado; el negocio del cine, la televisión y la música, es el cruel reflejo de una industria descarnada que, por décadas, ha alimentado la cultura de la explotación y el silencio, mientras promueve valores de superficialidad, banalidad y consumo. La doble moral se manifiesta cuando los artistas son adorados y convertidos en íconos por el pueblo, mientras tras bastidores enfrentan humillación, deshumanización y explotación constante.
Un ejemplo que refleja esta realidad es la película La Sustancia, protagonizada por Demi Moore, que narra la historia de una actriz exitosa que, al llegar a la madurez, descubre que su carrera será desplazada por mujeres más jóvenes. Por tal motivo, ella hace lo que sea, por encima de cualquiera para lograr alcanzar la juventud perdida y continuar viviendo en su burbuja como un ídolo. La cinta denuncia el estándar de belleza y éxito que empuja a las mujeres mayores a la irrelevancia, reflejando una cruel realidad en Hollywood. Es una crítica directa a la explotación laboral y a una sociedad que, en lugar de valorar la experiencia y el talento, desecha a las personas que pasan los 40 o 50 años y cada vez se hace más exigente. Este sistema de valores es una extensión del consumismo: si no eres «nuevo», eres prescindible, reemplazable, si no produces ganancias no sirves para nada.
En una sociedad de consumo como la nuestra, los valores se centran en la obsolescencia programada de las personas y productos, alimentando el ciclo de «usar y desechar». Los peligros de este modelo incluyen la deshumanización de los trabajadores, la pérdida de la empatía y la creación de un entorno donde todo tiene un precio, la política, las relaciones productivas, la cultura, incluso la dignidad humana. La superficialidad, el culto a la juventud, la belleza y el éxito rápido son ideales promovidos, perpetuando la ansiedad y la sensación de insuficiencia.
Para evitar caer en esta trampa de consumo, es crucial promover el valor del ser humano por encima de su «utilidad» comercial. Pero, sobre todo, evitar mirar a otro ser humano, solo por su utilidad, evitar cosificar a las personas y a los seres vivos, valorar al otro por su esencia, admirar sus capacidades y su diferencia. Debemos buscar consumir de manera más consciente, apoyar a los artistas y productos que fomenten valores humanos y de respeto, y rechazar aquellas narrativas que promuevan la explotación. Además, es vital educarnos sobre los derechos laborales y la importancia de un entorno justo y equitativo, una oportunidad para esto es comprarles a los proveedores de nuestra región, es fácil reconocer que las alcaldias contratan artistas internacionales para sus eventos culturales, pero los exponentes de sus barrios son ignorados, algo contraproducente, porque los artistas de la ciudad compran en la ciudad, haciendo circular el dinero en los negocios de la comunidad, en cambio los otros afamados invierten sus ganancias en otros países.
Los errores más comunes en una sociedad de consumo incluyen la glorificación de la fama, el desprecio por la ética en los negocios y el trato a los trabajadores como productos descartables.
Evitar estos errores implica poner freno a la deshumanización, fomentar el respeto por todas las edades y contextos laborales, y reconstruir una cultura que valore más el carácter y la ética que las apariencias, la falsa belleza y la juventud.
No solo, en la industria del espectáculo, en todo somos ya viejos y relegados después de los 40 pero demasiado jóvenes para descansar.
Muy buen artículo.