Por LUIS FERNANDO CARDONA
Vino la pandemia y nos amenazó. Llegó certera y silenciosa y se fue propagando sin parar. Como Atila, todo cuanto encontró a su paso, devastó. Y fue la crisis. Y solo los más sabios vieron en ella una oportunidad de renacer. Y pensaron que era la hora de la Tierra. La pausa que flora y fauna habían esperado y que una vez lograran derrotarla, las aguas y los cielos se iban a juntar, la tierra volvería a florecer y los animales a repoblar la selva. Pensaron que todo se iba a equilibrar y el mundo sería nuestro hogar. El planeta solo necesitaba un respiro y pedía que, entre tanto, todos nos quedáramos en casa. Pero no quietos ni pasmados sino aprendiendo las lecciones que nos daba la pandemia. Todo estaba dado para que, una vez derrotado el enemigo, el hombre regresara renovado. Aprendimos a amar y a respetar. A vivir de lo básico, a desechar los lujos y boatos. A no derrochar. Inclusive, volvimos a conocernos y hasta a amar. Era cuestión de cuidarse y esperar. Las naciones debían eliminar sus diferencias y entre todas, encontrar la solución. Era el turno de la ciencia. Mentes lúcidas debían concentrarse en encontrar la cura, como a lo largo de la historia cuando algo similar se presentó. Pero no tuvimos paciencia y vino lo peor…El mundo se detuvo mientras descubrían el remedio y la gente se quedó confinada a las paredes de sus casas. Sin a dónde ir ni forma de trabajar. Y los que nos gobiernan y toman decisiones se quedaron con los frutos del trabajo, penosamente almacenados a lo largo de los años y se lo repartieron con los otros a quienes les fue confiada su custodia (los banqueros). Robaron lo que pudieron. Repartieron subsidios con ventaja y se quedaron las mejores partes. Y reabrieron la industria lentamente. Entonces sobró la mano de obra, y la paga se hizo cada vez escasa. Nos vendieron la idea del “pior es nada” y nos dejaron trabajar, pero por tandas; como para que no olvidemos que miles mueren por hacerlo, para llevar un poco de pan a sus hogares. Y fue cuando vino a reinar el dios dinero. Y en vez de volvernos sostenibles, nos volvieron egoístas, miserables. Aprendimos a vivir sin esperanzas ni ilusiones, nos conformamos con migajas y ahora todo nos lo darán a cuenta gotas, mientras seguimos esperando la cura milagrosa.
No aprendimos la lección. Ahora no solo somos miserables. También somos…¡Mucho más pendejos!.
Agudeza, para mostrar las debilidades del ser humano, las infamias del sistema: gubernamental, financiero y empresarial.
Magnifica interpretación de una realidad en la que estamos inmersos por …
Como siempre excelente artículo.