Hoy en día, el mundo está dividido entre dos formas de ver la vida en sociedad, entre los que quieren que todo siga igual y como siempre ha sido y otros que quieren cambiarlo todo desde la raíz.
Esta pelea no es nueva, pero últimamente se ha vuelto más intensa, gracias a las crisis económicas, el cambio climático, las migraciones y el caos en la comunicación.
Durante buena parte del siglo pasado y lo que va de este, los gobiernos de derecha han tenido el control en muchos países, sobre todo en América Latina, Europa y Estados Unidos.
Su discurso ha girado en torno al libre mercado, la propiedad privada, la seguridad y el respeto y conservación de las instituciones. Pero ese modelo ha sido duramente criticado por estar muy ligado a los intereses de grandes conglomerados económicos.
Investigaciones recientes muestran que muchas decisiones políticas no se toman pensando en la gente, sino en lo que quieren los grandes grupos económicos. Esto ha debilitado la independencia de los países y ha hecho que la desigualdad crezca.
Cuando llegan gobiernos de izquierda —como ha pasado en Colombia, Chile, México o Brasil— suelen proponer grandes cambios, una mejor forma de distribuir la riqueza, fortalecer lo público, y dar derechos a quienes han sido ignorados por años.
Pero estas ideas no caen bien en ciertos sectores que las ven como una amenaza. Ahí empieza la disputa, no solo en el Congreso, en los medios, sino también, en redes sociales, con campañas de desinformación, noticias falsas, bloqueos y hasta intentos de desestabilizar y tumbar al gobierno de turno.
La polarización política no es solo porque la gente piense distinto, también porque es una forma de controlar.
Los partidos han aprendido a jugar con las emociones de las personas, infundiendo miedo, rabia, resentimiento, con lo que consiguen que sus seguidores se mantengan firmes y vean al otro como un enemigo. El diálogo se ha vuelto casi imposible haciendo que los discursos extremos ganen terreno.
Las derechas hablan de libertad, orden, tradición y amenazas externas y las izquierdas, de justicia social, empatía y reparación histórica.
Esta batalla de ideas se da todos los días en el escenario de las redes sociales, medios de comunicación, en los discursos y todo eso moldea cómo vemos el mundo.
Se acusa a las derechas de estar metidas en redes de corrupción y negocios turbios, pero también hay gobiernos de izquierda que han caído en lo mismo.
La corrupción no tiene partido político, porque lo que sí tiene, son condiciones que la facilitan como, instituciones débiles, poder concentrado y poca participación y veeduría ciudadana.
Vivimos en medio de una gran fractura política donde las derechas defienden un modelo antiguo que ha favorecido a los más ricos. Las izquierdas quieren cambiar las reglas del juego y en medio, la gente se divide, se confunde y se moviliza.
La verdad no está en los extremos, está en entender cómo funciona el sistema, qué intereses hay detrás y cómo nos manipulan emocionalmente.
Solo así podremos construir una política que no sea una guerra, sino un acuerdo entre todos.