Reprochable, censurable, condenable, reprensible, criticable y reprobable son algunos de los adjetivos que me llegan a la mente tras conocer en días pasados el asesinato de un joven de quince años de edad, en Argelia, en el departamento del Cauca – a manos de integrantes de la estructura guerrillera Carlos Patiño – al éste rehusarse a ser reclutado en sus filas. Quince añitos tenían el niño. Este tipo de actos terroristas no son nuevos, infortunadamente. En julio de 2024 nueve jóvenes fueron asesinados por disidencias de las FARC, luego de que escaparan de sus filas. Qué decir del niño Diego Valencia, de once años de edad, quien vivía en Caimalito, hallado muerto el pasado diecinueve de diciembre en un maizal. Estos son algunos de los más recientes casos reportados. ¿Cuántos más existirán en el territorio nacional, aumentando las nefastas estadísticas en la otra Colombia absurda que vivimos?
Por eso, en esta última columna de la vigencia 2024, mi mensaje de Año Nuevo no se ciñe al tradicional contenido de buenos propósitos y augurios per se, en el marco del fraternalismo que suscitan estos tiempos de celebración y encuentro familiar. De nada sirve expresar buenas intenciones si el corazón humano no cambia en su interior. De nada sirve redactar páginas enteras de buenos deseos y objetivos, bajo el anís de la nostalgia embriagadora de estas fechas, cuando en la práctica son el ego y los intereses personales los que a diario se sobreponen al bien común, al bienestar de todos y todas. Difícil es procurar alcanzar procesos de paz en la cotidianidad cuando desde las más altas esferas el cruce de fuego entre una y otra ideología, independientemente de su visión o proyecto social, generalmente está signado por descalificativos, desestimaciones, injurias, oprobios, odio, dolor. Qué decir de redes como X, donde se vierte la bilis de la indigestión social.
No se trata de inundar los medios y las redes sociales de esperanza y positivos augurios o con memes con palabras bonitas, porque simplemente concluye un año y otro comienza, o por quedar bien o seguir el protocolo tradicional. Es más riesgoso fingir que nada malo sucede y meter la basura debajo del tapete rojo de la navidad. El fragor de las fiestas no debe ni puede seguir convalidando la exaltación de una doble moral como la que padece Colombia, donde por unos días todos nos abrazamos, nos damos regalos y luego sencillamente nos matamos. Así no son las cosas. Hay que poner punto final.
Punto final a la violencia. Punto final a la discriminación. Punto final a la exclusión, el clasismo, la segregación, la homofobia, la intolerancia, la rabia, el odio, el miedo, la cultura de la ilegalidad, el abuso, el bullying, la envidia, la mentira, la fuerza bruta, los homicidios, los feminicidios. Punto final a querer sacar provecho de los demás, a los descalificativos, la indiferencia social, la burla, la apatía humana, la falta de solidaridad, el chisme, el maltrato psicológico, verbal y físico. Cuando todos comencemos a erradicar estos conceptos de la vida propia, solo entonces los buenos propósitos en verdad dejarán de ser propósitos para convertirse en actos de valentía que transformen cada proyecto de vida y así cada vida y, por ende, la vida. Todo punto final supone un nuevo comienzo. Como humanidad nos lo merecemos.
*Director de Cultura de Risaralda.