OJO CON EL CINE
El cine es la más joven de las ARTES. Y de todas las poderosas, es de la única que se tiene con claridad, su fecha de nacimiento. Está escrito en los libros que sobre el arte del Siglo XX, este nació un 28 de diciembre, “Día de los Inocentes”, en la Calle 14 del Bulevar de los Capuchinos”, cuando los hermanos Lumiere le proyectaron a 30 encopetados parisinos, una tanda de 10 bellísimos cortometrajes (creo que el cine nació con los filminutos) de menos de un minuto cada uno, en una sesión emocionante que llenó de exclamación jubilosa el salón que tuvo el honor de ser el primero en el mundo, capaz de invitar al cine a que irradiara de magia, imaginería, inventiva, regocijo, sorpresa y emoción un recinto a oscuras.
Lo que se pretendía mostrar era, sencillamente, fotografías que permitieran ver a sus fotografiados (personas, animales o cosas) moviéndose. Nunca imaginaron los hijos de don Antonio Lumiere, que, por su culpa, estos dos muchachos iban a inventar el Cine, pues el experimento todo, le apuntaba a dar explicaciones más orientadas a la óptica que al entretenimiento.
La relación era (y es) ojos y objetivo. O sea, cómo saber ver, o sea, saber qué se mira. O, mejor dicho, hacer cosas que, al verlas, llamen la atención. En últimas, además de cuidar el ojo (los ojos), que es uno de los órganos más preciados por el hombre y la vida, hacer cosas que entren por los ojos y lleguen a alguna parte, y esas partes son: los deseos, las ganas, la pasión, el corazón, la motivación, el amor, la venganza, el odio y pare de contar. Y el cine, la relación ojos y pantalla, cuando se proyecta una película, es eso. Y es allí donde nacen infinidad de puntos de vista.
Mil espectadores o treinta, que llenan una sala de cine, grande la primera o pequeña la segunda, cuando la abandonan después de ver una película, tienen opiniones muy variadas, así la historia contada sea la misma, porque todos los espectadores que la han disfrutado, tienen formaciones ideológicas distintas, conceptos diferentes, miradas variopintas, sueños normales y extraños y obvio, “puntos de vista” muy disímiles.
El director de cine con una película cuando la proyecta, ofrece un producto; el escritor de una novela, cuando la hace pública, ofrece un producto; el poeta, cuando escribe un poema y lo edita, ofrece un producto; el pintor o artista, cuando exhibe su obra en una Galería de Arte o en una Sala de Exposiciones, ofrece un producto y todos los que ponen sus ojos en todo ello, reciben mensajes que decodifican a su antojo, a su manera, a su capricho y lo que más escuchamos en los corrillos y en las tertulias es la apreciación más pobre de las habidas y por haber: “Me gustó” o “No me gustó” y ahí no termina el proceso porque el arte así tenga un principio, con fecha y todo, no tiene fin.
Este es, mi punto de vista.
Germán A. Ossa E.