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LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

Política¡Qué horror, qué horror, qué pena!

¡Qué horror, qué horror, qué pena!

Ximena Norato Palomeque

Directora PANDI

“Mi mamá me pisaba la cabeza como para ahogarme”; “mi mamá me vendió a una viejita, mi papá me visitaba y me violaba” … Fragmentos de mis conversaciones dolorosas.

El reclutamiento de  niños y niñas, como ningún otro delito, vulnera todos los derechos de sus víctimas, al ejercer sobre ellos un poder absoluto que deja en suspensión toda la cadena de derechos de protección: los aleja de su familia, de la educación, de la cultural, el arte, la recreación, los expone al inicio temprano de su vida sexual, cuando no al abuso, a los abortos no consentidos, los somete a tratos crueles, humillantes, a tareas pesadas y peligrosas, que ocasionan en ellos y ellas huellas físicas y emocionales con las que deben lidiar el resto de sus vidas.

Según el ICBF, entre noviembre de 1999 y octubre de 2018 se registraron 6.499 niños, niñas y adolescentes recuperados (entrega voluntaria o rescatados) de Grupos Armados Ilegales. La verdad, la cifra es lo de menos. Un solo niño o niña que termine en las fauces de los grupos armados, es una gran pérdida para la humanidad. Mis diversos encuentros con los niños que han logrado escapar, lo único que me dejan claro es que la desprotección de su familia y del Estado, allana el camino para que recorran, como única forma de vida, el camino que más los acerca a la muerte.

Así que cuando alguien dice que los adolescentes y los jóvenes están perdidos, no hago gala de mi prudencia y le salto a la yugular para contarle cuán perdidos estamos como adultos que tratamos a los niños como inhumanos: les pegamos, los gritamos, los encerramos y de ahí en adelante sume delitos como homicidio, abuso sexual, maltrato, que nos hacen uno de los peores países para ser niño.

En todos mis años de trabajo solo he encontrado un niño reclutado al cual su familia lo amaba profundamente, porque una familia amorosa, es protectora, incluso en la pobreza y la carencia de educación. Hoy quiero dejarles un poco de esa charla, o de esa escucha, porque, aunque no lo crean, a veces no me sale ni una palabra.

¡Corre Juan, corre!

Desplazamiento número 1.

─ ¡Papá! yo voy con usted.

─No mijo, quédese que ahorita vuelvo.

─ ¡Que la virgen lo acompañe apá!   

La primera vez que Juan y lo que quedaba de su familia, fue desplazada, no tenía ni 10 años; a su papá la Virgen no lo acompañó esa noche, sino los paramilitares y no lo trajeron de regreso, tampoco a su hermano. Al día siguiente, se colgaron al hombro lo que pudieron y se fueron.

Al año, regresaron a su tierra y Juan pudo volver a su vida habitual. Desde que lo puede recordar, dedicaba sus días a trabajar raspando coca en la mañana y en los laboratorios debidamente dotados con ácidos y otros químicos para refinar la coca, en las tardes. De hecho, el 75% los niños desvinculados del conflicto reportan haber vivido en contextos de actividades ilícitas y el 35% eran trabajadores infantiles.

El estudio para Juan no era una opción. Por la margen derecha del Río Cauca estaban las Farc, por la izquierda, los paras y por ningún lado el Estado. Los volvieron a desplazar…

¡Corre Juan, corre!

Desplazamiento número 2.

“En el pueblo, yo no alcancé a estudiar, éramos muy pobres, yo vendía cositas, tenía 11 años. Al frente de mi casa vivía un niño y nos hicimos muy amigos, su familia siempre había sido de las Farc, pero yo no sabía. Un día, unos señores llegaron en una camioneta y me metieron en una bolsa negra, me llevaron a las afueras del pueblo y me empezaron a golpear”.

¡Corre Juan, corre!

Desplazamiento número 3

Llegó a su casa maltrecho, adolorido y asustado. Le dijo a su mamá que se tenía que devolver a trabajar a la mina de oro. No le contó la verdad para que no la mataran. Tenía que protegerla.

Juan se fue y nunca volvió.

Desplazado tres veces por los paramilitares, terminó aceptando la invitación que día a día le hacían las Farc y su amiguito que ya empezaba a hacer parte de esas filas.  

“Yo no quería irme, yo nunca quise, pero estaba solo, nadie sabía lo que me pasaba y si volvía me mataban a mí y mataban a mi mama”. Se fue con las Farc antes de cumplir los 12 y a los 14 nuevamente hizo lo que mejor sabía.

¡Corre Juan, corre!

Se escapó, y volvió a su vida habitual: raspar coca. Pronto, el ELN descubrió que había pertenecido a las Farc, pero no tomaron represalias y lo invitaron a unirse a ellos.

“Yo estaba muy aburrido, yo nunca he querido eso y yo creo que se notaba”.

─ ¿Nos volamos? ­─Le dijo un compañero.

A pesar del miedo y de pensar que le “estaban haciendo inteligencia”, ante la insistencia y pasados algunos días, dijo que sí.

­─Empiece a caminar usted, ─dijo su compañero.

─No empiece usted, ─respondió Juan

“Uno sabía que si era por hacerlo caer, lo fusilaban por la espalda” pero al fin, Juan dio el paso y nuevamente…

¡Corre juan, corre! Y corrieron dos días.

─Hermano, si logramos salir de esto es un milagrito de Dios. ─Exclamó Juan, quien agregó ─Si nos van a atrapar, vuélese solo, yo ya no puedo correr.

A sus 16 años, Juan ya no tenía fuerzas para correr, una astilla atravesaba su bota y cientos de ellas su corazón.

Con un celular de un campesino llamaron a la línea 146.

­¿Aló?

─Nos vamos a entregar. ­─Dijo Juan.

─Dejen de molestar. ­─Expresó la operadora.

“No me creyó, la batería titilaba, se iba a acabar. Cuando mencioné el nombre del frente me creyó y me preguntó dónde estábamos. Me pasaron a un coronel, quien me dijo que mandaría por nosotros y seguimos al teléfono, hasta que divisé al ejército”:

─ ¡Prométame que no nos matan! Estoy viendo dos soldados y atrás un carro.

─Yo los mandé, entréguese a ellos. ─Decía el coronel.

─Pero mire, si nos van a hacer algo, respondemos.

“Caminábamos hacia los soldados, todos con un teléfono en la mano y las armas atrás”

─ ¿Ustedes son? ─Preguntan los soldados.

─Sí.

─ ¡BIENVENIDOS A LA LIBERTAD!

“Me tiré en una hierbita y me quedé quieto, no podía creer que lo habíamos logrado”.

La violencia de los jóvenes no ocurre en el vacío, no me diga que están perdidos. Perdidos estamos los adultos en su crianza y cuidado. Y post cuarentena y peri-pandemia ¿Qué nos espera? 

Juan trabaja ayudando a los jóvenes desvinculados a integrarse de nuevo a la sociedad. Está planeando llevar a su mamá a vivir con él y como el 60% de quienes se han desvinculado como niños, lo han hecho entregándose y viviendo aventuras similares.

** Juan no quería cambiarse el nombre porque ya había tenido muchos alias, no obstante, por su protección y la de su mamá que aún vive en ese pueblo, optamos por Juan.

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