Fundado el 9 de febrero de 2020
LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

Actualidad“Que veinte años no es nada”

“Que veinte años no es nada”

ESCAMPAVIA.

         Hay días especiales en la vida, aquel cuando se recibe un título profesional es uno de ellos, fecha cuando se certifica que se han adquirido las destrezas y los conocimientos acumulados a través de los tiempos por estudiosos y científicos, es el día cuando aquellas familias que con gran esfuerzo han entregado tanto, para que aquel de los suyos, quien ha tenido la fortuna de asistir a una universidad celebrara su triunfo, es el día cuando se recibe el certificado que le permitirá una vida mejor y también para que los suyo superen limitaciones y falencias.

Ese día también es un triunfo de la sociedad, la que ha entregado los recursos para que la institución exista: lo necesario para construir las instalaciones, los laboratorios y bibliotecas, los restaurantes, los campos para las artes y el deporte, para que los profesores viajaran y se capacitaran, para que ese ser humano adquiera los conocimientos que espera le serán retribuido por: los ingenieros, médicos, maestros, historiadores o ambientalistas, quienes, en el ejercicio de sus profesiones le retribuyeran lo que ella puso sobre la mesa para que ellos se superaran y de paso mejoraran a la sociedad y al entorno en donde laborarán; que día tan especial es aquel de las graduaciones.

Ser admitido en una universidad es un privilegio del que gozan 4 de cada 10 jóvenes que terminan su educación secundaria y no más de 1 de cada 100 de sus coetáneos, un estudiante universitario goza de lo que la gran mayoría de los colombianos ni siquiera pueden soñar, la vida en el campus no se puede comparar con la de la gran mayoría de la población, enumerarlos sería odioso, pero es real.

         La Revolución Francesa, aquella que es la precursora de la moderna democracia, la que destronó la monarquía y generó los movimientos independentistas en América,  esa gesta que se libró con el lema de “libertad, igualdad y fraternidad”, postulados que posteriormente aparecen ampliados y más detallados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada el 10 de diciembre de 1.948 en Paris, misma que se inicia reiterando que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros “ y que abunda reconociendo que los derechos y libertades proclamados en esta declaración, se deben sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición”  garantiza el asilo, la circulación y en su artículo segundo proclama que “Toda persona tiene los derechos a la propiedad individual o colectiva mente, la libertad de pensamiento y conciencia”, listado que no hacemos exhaustivo por razones de espacio.

         Eso de la igualdad ha quedado en el cuarto del olvido, ya no todos somos iguales, de un lado aparecen los multimillonarios que son poquísimos, ellos son los dueños de inmensas fortunas: empresarios, banqueros, políticos y presidentes, artistas y deportistas estos últimos que cobran cifras astronómicas por ser especiales, muchos de ellos gracias a un esfuerzo continuado y admirable, pero también hay otros que disfrutan de lo que los demás apenas sueñan, allí encontramos a los grupos de presión, a las ONG, (muchas de ellas filantrópicas y que aportan mucho a superar las inequidades y falencias), pero también otras que son unas organizaciones captadora, sin derecho, del patrimonio público, sus juntas directivas y gerentes disponen a su antojo de lo que de otros es y así transforman eso de la igualdad en un poema bien dicho, bien escrito y en un saludo a la bandera.

         En el caso de los estudiantes que acumulan 20 años cursando una carrera que nunca termina, algo denunciado en la Universidad de Antioquia, no es un caso aislado, esa anormalidad se repite en todas las universidades públicas, estudiantes que viven en y de la institución, por lo menos algunos de ellos, son personas que abusan y se apoderan de lo que debería servir a  aquellos que esperan estudiar y terminar su carrera en el menor tiempo que sus condiciones personales le permitan.

 Es necesario analizar caso por caso, toda  generalización genera injusticia, pero como en el caso de las brujas que no hay que creer en ellas, pero que las hay, las hay; las razones por las cuales algunos son incapaces de culminar la tarea o abandonar su espacio de confort son múltiples, unas por sus obligaciones laborales o familiares, a pesar de las ayudas  que las universidades ofrecen a quienes las necesitan, otros por dificultades en sus procesos de aprendizaje, otros por razones políticas, no faltarán aquellos que se parecen al hikikomori, mal que padecen aquellos jóvenes japoneses que se sustraen de la sociedad y se refugian indefinidamente, sin salir de la casa de sus padres.

         La universidad es un patrimonio público, de los que allí estudian, de quienes allí laboran y también de quienes aspiran ingresar a ella, de quienes proveen los recursos para que exista, y es sin duda artífice de los avances científicos, culturales y lugar donde el saber y el conocimiento han de ser su razón de ser, pero, como en tantas otras cosas de la vida social, no puede terminar en ser un privilegio para quienes abusan de lo que es de todos.

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