El ser humano acude a ayudas extras para ocultar una “realidad” que le resulta incómoda. En el caso del título, acude al licor.
Por eso, dicha obra musical expresa: “Porque la pena que tengo, solo con licor se olvida y si la cantina es mía nadie me impide beber”.
Esa melodía, esa letra, la manera como se interpreta, el acompañamiento musical, el populacho que enfurecido la hace suya, todo confluye para que la reconozcamos como nuestra y la disfrutemos como nuestra. Nada más válido.
Tan válido como innegable cuando se trata de reconocer que venimos de campesinos, de montañas y de sentimientos que afloran con un sonido especial que tiene la música que por ser del pueblo denominamos, a veces con sarcasmo “popular”, pero que se vistió de frac con Darío Gómez y a él le siguieron Luis Alberto Posada y Joan Gabriel González, el charrito negro. La primera “cochada” que afloró con reconocimiento nacional e internacional, para ganarse un sitial especial al denominarse la música del despecho.
La música cantinera o guasca o campesina como tonada de despecho que ayuda a disipar las penas, viene siendo un bálsamo que también “cura las penas”.
Recuerdo, y estuve ahí como locutor, cuando la cadena radial RCN en Pereira, con la estación radial La Radio Paisa realizó el concurso con los oyentes para definir quien era el Rey del Despecho y el pueblo escogió a Posada; pero se vino Darío Gómez con una obra musical titulada igual “El Rey del Despecho” que se convirtió en su carta de presentación, éxito total y, con eso, nos salió adelante a todos. Ganó de mano; y nadie le reclamó, solo que nos extrañamos. A él le nació, se inspiró, se autodenominó y le funcionó artística y comercialmente hablando. Eso estuvo bien.
De la dinastía Gómez Zapata recuerdo que Darío se acompañó inicialmente de su hermano Heriberto (fallecido) en la segunda voz, con quien grabó música parrandera y también música guasca como Los Calendarios y Los Legendarios, esta última como la gran agrupación que bautizó Pedro Nel Isaza y que dejó un legado muy fuerte, no solo por ser el marco musical de Darío Gómez sino porque supieron darle el “sabor” especial que le gusta a la gente con grandes exponentes desde el mismo Pedro Nel Isaza, Ricardo González e Ignacio Atehortúa, pasando por Jesús Vanegas hasta Julio Pulgarín y “pistolita”.
Cuando Darío Gómez “era pobre”, y lo escribo con altivez para elevar aún más el emprendimiento artístico de este Rey del Despecho, necesitó un medio o una persona que lo encumbrara. Por fortuna yo estuve ahí. Desde mi lugar de residencia pasaba por la galería de Pereira y escuchaba sonar esas canciones en las cantinas y cafés y yo me decía: Falta una emisora que la suene… Y en ese tiempo, 1986, ofrecimos la Radio Paisa, una emisora con una programación eminentemente montañera. Y me di gusto sonando la música de Darío, de Posada y del Charrito y de los demás cantantes y conjuntos musicales que nos han puesto a cantar esta música guasca, campesina, campirana y a la que luego rotulamos como del despecho.
Encuentro sosiego al deducir que era necesario que yo estuviera ahí para que surgieran voces y sentimientos que son nuestros. Como me decía un día Federico Uribe, el director de proyectos de Telemedellín, cuando vino a Pereira a grabar un documental por el fallecimiento de Darío Gómez “nosotros tenemos entendido que Darío obtuvo su verdadero lanzamiento artístico en Pereira y que usted tuvo que ver con eso”. No agrego más.
Tengo una anécdota. A Darío yo le sonaba la música y nunca le pedí un peso. Y lo más grave es que no le recibía y él me rogaba y yo le decía que no era necesario porque la empresa me pagaba un sueldo. (y yo lleno de compliques). Para que yo le recibiera un día Darío se paró en la puerta de entraba a la cabina de la emisora y cuando yo anunciaba una canción se me hizo detrás y me metió unos billetes en el bolsillo de la camisa. Cerré el micrófono, solté el siguiente “disco” y cuando volteo a mirar él estaba ahí diciéndome que le recibiera esa ayuda, que no era por un compromiso para que le sonara la música sino por agradecimiento por lo que le ayudaba. Me convenció de que yo necesitaba esos pesos y se los acepté. Esa payola, como la de Luis Alberto Posada, fueron muy luchadas por ellos para que yo se las recibiera.
Y al escuchar en Nelson Gómez el mismo color de la voz de su hermano Darío, me lleno de nostalgia, afloran muchos recuerdos y quisiera tener una cantina de donde no me saquen ni a las 4 ni a las 5 ni a las 6, como dice La cantina, obra musical de ese magnífico cantante y compositor de la misma Dinastía Gómez Zapata, Nelson Gómez. Obviamente, la letra y la música de ¿Quién me vende una cantina? es de Nelson. A ellos, a sus demás hermanos cantantes y compositores Gabriel, Gerardo, y Wilson mi saludo fraterno y sincero, algo se aportó y fue de todo corazón.
Excelente Geraradito…👍👏🥇
Gracias, Fernando