Por FERLEY HENAO OSPINA
ferleyhenao@gmail.com
La semana santa no es un espectáculo, es el auténtico encuentro con los principios y valores, todos ellos fundamentados en el amor, que Jesús enseñó entre nosotros los necios habitantes de este planeta. Valga la oportunidad para cuestionarnos: ¿Cuáles de ellos hemos entendido? y ¿Cuáles estamos practicando?
Sobresale la pérdida de humildad cuya carencia ha dado paso a dos poderosos enemigos: soberbia y avaricia, valores negativos que impiden el ideal de ser humano y en cambio estimulan el ser inhumano que es en lo que nos hemos ido convirtiendo.
Una reacción en cadena se produce como efecto de la falta de humildad, erosionando simultáneamente los demás valores, hasta llevar a la sociedad al otro extremo, a los antivalores. ¿A ese extremo llegamos ya? Aspiro no sea tan bajo que hayamos caído y que alguna Semana Santa, ojalá sea ésta, nos sirva de inspiración para reflexionar sobre lo que hemos sido, lo que somos y lo que debemos ser como almas del universo, de manera particular, de este planeta con el que tenemos que reconciliarnos y comenzar a repararle el daño que le hemos ocasionado.
Una consciente revisión de principios y valores es esencial para convertirnos en seres positivos para la sociedad y, por supuesto, para la naturaleza.
Debemos, pues, comenzar por los principios que tienen relación con la vida, entre los cuales la PAZ ocupa un punto central en la parte más alta de la pirámide. La paz es el talento de los seres humanos para vivir en calma, con una sana convivencia social y para ser capaces de hacerle un adecuado manejo a los conflictos.
La PAZ, ese bien tan necesario e importante, ha sido pisoteado por unos necios intolerantes, convertida por los bárbaros, que aún existen, en la despreciable punta de lanza de estrategias para hacer política torciendo la verdad, decapitando la justicia y haciendo trizas su blanco símbolo para enarbolarlo en nombre de las peores y más ruines pasiones.
El principio de libertad, detrás del cual ocultan el modelo opresivo y opresor en el cual, cada vez más novedosas miserias se presentan esgrimiendo la bandera de la democracia, tenemos que rescatarlo y ponerlo al servicio de toda la sociedad.
Despojados del principio de humanidad, saquean la mesa de los más humildes, reduciendo total o parcialmente la entrega de los modestísimos mercaditos “humanitarios” con los que se suponía que esas famélicas familias deberían sobrevivir todo el año que se estimaba la duración de la pandemia.
El principio de igualdad, paradójicamente simbolizado en la injusta distribución de la tierra colombiana: 81% sólo para el 1% de personas más ricas, sin entrar aún a cuestionar el modo mediante el cual se llegó a tan macabro resultado.
En cuanto a valores éticos, la responsabilidad y la solidaridad, deberían volver a ocupar el centro de nuestras acciones porque tanto la una como la otra se han desvanecido o desaparecido de nuestro accionar cotidiano.
Sobre los valores morales, casi que no nos alcanza porque son los que más hemos perdido entre todo el conjunto de valores y por los que más debemos trabajar hacia nuestro fuero interno.
Y los valores cívicos, que fueron estandarte y guía de nuestros ancestros para hacer grandes estos territorios, esos sí que tenemos que recuperarlos pronto si queremos salvar nuestras patrias chicas de las feroces garras de esas fieras que ahora los usurpan y los deterioran.
Ojalá que esta pandemia de más de un año, haya servido para entenderla como la voz de alerta que la humanidad necesitaba y que esta Semana Santa venga cargada de la conciencia que requerimos para ser capaces de reflexionar sobre la enorme responsabilidad que tenemos de enderezar nuestro propio destino.
Respetado Columnista: admirable su posición positiva frente al principio rector de la Semana Santa: invitación y acción en pos de la Paz.
Invitación y acción a retomar el camino de acercar en igualdad de condiciones : laborales, sociales y políticas.
Invitación y acción a ser mejores seres humanos.
Invitación y acción a no aceptar el conformismo frente a un desgobierno desastroso.