En nuestra sociedad de consumo cotidiana vemos como todas las cosas materiales se convierten en el orden del día, deseando cada vez tener más y más e incluso terminamos dictaminando quién debe o no poseer algo. Nos la pasamos gran parte de nuestra existencia y la mayoría de las veces pensando en un solo sentido y es el de conseguir más bienes materiales para así conseguir la tan anhelada felicidad que nos llenará todos nuestros vacíos y hará de nosotros y de todos los que a nuestro alrededor se encuentran, mejores personas. Pero que tan equivocados estamos ya que esa sed de tener se desborda y termina siendo insaciable. Lo que más llama la atención es que en la mayoría de los casos y de manera errónea dejamos de un lado la verdadera y real parte de nuestra actitud de existencia y es la consecución de la riqueza espiritual del individuo con un importante fortalecimiento de los principios, valores y normas. Esa es la verdadera riqueza pero al parecer el mensaje actual es todo lo contrario y en vez de luchar por todos esos ideales hacemos todo al revés, perdiendo el norte y haciendo que nuestra razón de vivir la interpretemos y cometamos los mismos errores. Somos muy dados a agradecer solo por lo bueno como cuando se nos da un negocio importante, un nombramiento, un logro personal, una maravillosa noticia afectiva y en fin la lista nunca termina, pero el solo hecho de vivir es más que suficiente y el más maravilloso acto para agradecer. Sin embargo cuando las condiciones no son favorables, toda la escala de prioridades cambia y la forma de entender la gratitud también y ahí es cuando si no es bueno para mi no es bueno para nadie, todo esto acompañado de una pésima memoria donde solo se recuerda lo que conviene. ¡Qué tan equivocados estamos!, ya que hemos perdido la capacidad de valorar la grandeza del vivir y es que la dejamos pasar siendo tan valiosa por ser tan obvia y tan simple a la vez. Siempre he considerado que a pesar de todos los sucesos a los cuales se ve enfrentado el ser humano es muy dado a ser ingrato. Cuando las situaciones del diario vivir no salen como esperamos, el sentimiento de frustración nos invade con mucha facilidad y se nos olvida que el poder respirar, el poder ver, el poder sentir tanto alegrías como tristezas, el poder amar, el poder caminar, el poder compartir con nuestros seres queridos y muchos otros más poderes, son de por sí algo que realmente vale la pena agradecer. No podemos pretender pasar sin pena ni gloria por una existencia en la que no se ha dado todo lo que hay que dar y estar esperando cosas positivas, sería inmerecido. Hay que hacer la parte que nos corresponde y siempre mejor, buscando siempre la excelencia y no estar esperando que lo demás hagan por nosotros lo que de hecho nos corresponde hacer, porque esto no va a pasar y de por sí ya dice mucho del individuo. Ser agradecido es uno de los tantos ingredientes para ser feliz pues se recibe mayor felicidad dando que recibiendo. No hay que esperar solo cosas buenas para agradecer, en muchas ocasiones las situaciones de conflicto con las que nos tropezamos terminan siendo verdaderas razones para agradecer. La vida es un don,es un todo,es un placer y por ello hay que vivirla de la mejor manera haciendo la parte que nos corresponde con honestidad y responsabilidad, agradeciendo y aprendiendo a vivir no ha sobrevivir. Conéctese con esa fuerza superior como usted la quiera llamar y haga que su vida tenga un verdadero sentido y valga la pena tener una razón para hacerlo.