Miscelánea
Yo suelo decir que es muy complicado discutir con el que tiene la razón, o aparenta tenerla. Es lo que le sucede a quienes cuestionan La Semana Santa y las tradiciones que en ella aún se envuelven y le sale un devoto bien creyente y le recuerda que justo por la llamada «Semana Mayor» es que nos tomamos esa especie de asueto colectivo que a nadie disgusta, empezando por las instituciones educativas y la Rama Judicial que se detienen del todo, como en diciembre, y las entidades públicas que ya hicieron costumbre compensar anticipadamente, con tres sábados de trabajo en enero, el tiempo de servicio para poder tomarse la «Semana de Pasión» completa. Ahí no hay nada que discutir, por ateos o escépticos que seamos nadie pelea con las vacaciones, ni con el descanso, ni con el turismo, ni con todo lo que eso implica para la economía.
Quienes me conocen o me han leído un poco saben que soy muy crítico de la relación Religión-Estado, que me gusta cada lora en su estaca y me irrita cuando en las discusiones políticas sale a relucir la voluntad de los santos o de Dios Nuestro Señor, porque es que Dios Nuestro señor, así como pasa en el fútbol, que no es hincha de América o de Nacional, ni del Real Madrid o Barcelona, tampoco le preocupa si las próximas elecciones las ganará Petro, Fico o Fajardo, aunque la verdad, si Fajardo llegara a enderezar en las encuestas y diera la sorpresa en primera vuelta, inmediatamente averiguaría dónde queda el monasterio más cercano para irme a enclaustrar, porque, no sería para menos, sería un milagro; ¡pero nada! por mucho que le recemos a Dios, el próximo presidente de Colombia es un problema que sólo resolverán los que votan, los que no votan, ¡ah! y por supuesto, los que cuentan los votos.
Como me pasa siempre, me desvié del tema, pero no importa, ahí queda lo dicho y como dice Suso, el que entendió, entendió.
Para donde realmente quería dirigir esta perorata es a que, como miembro disoluto del catolicismo, al que me debo y me abrazo por cultura, encuentro que la Semana Santa cada vez se consolida más como lo que verdaderamente es, un tiempo maravilloso, pero no para la contemplación o la reflexión sino para detenerse, para los que tienen el privilegio de poder hacerlo, así como paramos y nos enfiestamos en diciembre o en esa otra semana que no es tan santa pero que, igual, es una delicia, esa que sucede por allá en octubre y que llaman «de receso», donde los estudiantes no tienen clases, para «tristeza» de los profesores, y la familia entera hace maletas para donde sus recursos les alcancen.
Hoy es Miércoles Santo y en el contexto de este relato, esta fecha se ha convertido para mí en la más importante del año, más que la Navidad o el Año Nuevo; es el día en que me reconozco en mi dimensión humana y hago mi propio carnaval, me permito algunos excesos para entregarme al guayabo contrito entre Jueves y Viernes Santos, para que no se me olvide que la vida es eso, una sucesión de altas y bajas, que pase lo que pase, por mucho que pequemos o nos equivoquemos, siempre tendremos la oportunidad de arrepentirnos, para volver a empezar, para volver a embarrarla y así sucesivamente, con la comodidad con la que, la mayoría, vivimos la fe de Cristo.