Por JUAN MANUEL BUITRAGO
La democracia capitalista y el socialismo estatal son formas de gobierno que teóricamente garantizan el pleno empleo de la mano de obra, el acceso a los servicios de salud y educación, la libre expresión del pensamiento, en general, la existencia de un Estado de derecho.
Que esos gobiernos funcionen de manera transparente, sin corrupción de los funcionarios y sin que aparezcan grupos privilegiados que acaparen los beneficios del Estado es una ilusión y a eso se llama “una utopía”.
En todos los países del mundo hemos tenido que aceptar una aproximación a ese Estado ideal utópico y nos conformamos con mantener un nivel de corrupción, de injusticia en el reparto de los ingresos y de aplicación inadecuada de los procesos judiciales.
En algunos casos la desigualdad y las dictaduras de hecho se vuelven permanentes hasta llegar a extremos que deberían ser intolerables, pero la gente los acepta como algo inevitable. A eso se le llama “una distopía”.
Las revoluciones con alzamientos violentos de la población predican utopías y las constituciones que redactan al llegar al poder son utópicas. Los gobiernos que ejercen el poder deben apelar a la propaganda, la desinformación y la represión jurídica cuando la utopía fracasa ante las restricciones que impone la realidad económica. Si no hay corrupción desaforada, la opinión acepta la utopía restringida como un objetivo y simula o hace de cuenta que el sistema de gobierno existente es una buena aproximación.
Las aproximaciones a una distopía no reciben el mismo reconocimiento pacífico y se han presentado fórmulas para medir la inconformidad que le advierten a la clase dominante que debe hacer reformas estructurales. Ese es el caso de Colombia y lo que se discute no es la necesidad de una reforma, sino el alcance de ella como cambio institucional.
Juan Manuel Buitrago.
Pereira, 14 de noviembre de 2023.
Buen viaje a la eternidad… Descansa en paz.
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