Se cuenta de un rio que después de haber recorrido un gran trayecto entre montes y campos, llegó a las arenas del desierto y, de la misma forma como había intentado cruzar otros obstáculos hallados en su camino, empezó a atravesarlo; de pronto, se dio cuenta de que sus aguas desaparecerían en la arena tan pronto entrara en ellas; aun así, estaba convencido de que su destino no era otro que cruzar el desierto, sin embargo, no encontraba la forma de hacerlo.
Entonces oyó una voz que le decía: “el viento cruza el desierto y también lo puede hacer el rio”. El rio le pregunta: “pero cómo hacerlo si no puedo volar, seré absorbido por la arena”. “Si te lanzas con violencia como lo has hecho hasta ahora, no lo conseguirás”, sugirió la voz. “Desaparecerás o te convertirás en lodazal, debes dejar que el viento te lleve a tu destino”. Pero: “¿cómo es posible esto?”, “Debes consentir ser absorbido por el viento”.
El rio no podía aceptar esta propuesta, pues creía perder su individualidad: “¿Cómo saber con certeza, que, una vez perdida su forma, la podría volver a recuperar?” “Tú no puedes permanecer siempre así”, dijo el viento, y aunque el rio no lo veía claro y no queriendo desaparecer, en un acto de confianza elevó sus vapores en los acogedores brazos del viento, quien, con gentileza, lo elevo por encima, dejándolo caer nuevamente en la cima de las montañas, muy lejos de allí. Y el rio entendió que su esencia es ser agua, no importando en el estado que se esté. Su transformación, no le quitó su identidad, siguió siendo el mismo en relación con los otros.
El cambio es una constante en nuestra vida. Desde que nacemos nos enfrentamos con mayor o menor conciencia, con más o menor éxito, a continuas situaciones que nos permiten adaptarnos a cada realidad. Todas las personas solemos sentir miedo ante la posibilidad de intentar cambiar, es por ello, que nos resulta más sencillo y confortable pensar que es imposible cambiar algunos paradigmas que se nos imponen, porque tememos a lo desconocido. Quien se cierra a los cambios, se cierra a la vida, y pierde la conexión, con su propia esencia.
Toda organización humana debe estar también abierta a los cambios, para responder a las demandas emergentes de su entorno; la Iglesia como organización humana, y por su puesto iluminada por el espíritu, debe adoptar nuevas posturas, sin renunciar a su esencia misma, para abrir nuevos caminos, como lo ha propuesto el sínodo especial para la Amazonía, con una ecología, que abra nuevos caminos en una conversión integral, pastoral, cultural, ecológica y sinodal.
Un mecanismo que tiene la Iglesia para renovarse es por el camino de la “sinodalidad”, concepto que se refiere a la corresponsabilidad y a la participación de todo el Pueblo de Dios en la vida y la misión de la Iglesia.
Sínodo significa: “caminar juntos”, σύνoδος (sýnodos) compuesta por la preposición σύν, y el sustantivo ὁδός, indica el camino que recorren juntos los miembros del Pueblo de Dios. El contenido semántico de “sínodo” hace relación, con el hebreo קָהלָ (qahal) – la asamblea convocada por el Señor, y con su traducción en griego ἐκκλησία (ekklesía), que en el Nuevo Testamento designa la convocación escatológica del Pueblo de Dios en Cristo Jesús.
Algunos sectores de la Iglesia ven con desdén el camino sinodal, propuesto por el Papa, una necesidad urgente de reflexionar sin miedo, sobre algunos cambios necesarios al interior de la Iglesia, sin que se pierda su esencia. Un camino sinodal bajo la guía del Espíritu Santo; un “aggiornamento”, para reflexionar sobre el camino recorrido; como vivir en comunión, un Pueblo de Dios que peregrina en misión; un proceso participativo e inclusivo; un momento de gracia para experimentar como vive la Iglesia la responsabilidad y el poder, y las estructuras con las que se gestiona; una iglesia que sea creíble, en la reconstrucción de la democracia, la promoción de la fraternidad y de la amistad social.
Temas como las desigualdades y las injusticas existentes, la masificación y la fragmentación; la realidad migratoria; el clamor de los pobres; la falta de fe y la corrupción también dentro del mismo seno eclesial. Los abusos sexuales de los más vulnerables, que han creado heridas profundas que no cicatrizan con facilidad; un mayor protagonismo de los jóvenes; una mayor valoración de la mujer, permitiendo la institución de los ministerios laicales; la distribución del poder en la Iglesia; la sexualidad y la pareja; el celibato opcional; y la elección de los obispos nacida desde el consenso de las mismas comunidades que caminan en la fe, son algunos de los núcleos temáticos para su reflexión. Padre Pacho