El transporte, la estadía y la alimentación, siempre serán una barrera por vencer para la educación superior.
Una vez matriculado en la UTP iniciamos el proceso de clases. Yo seguía viviendo en mi pueblo porque aquí en Pereira no conocía a ninguna persona, no tenía familiares ni el dinero para alquilar una habitación; era más fácil conseguir el pasaje de cada día y era muy difícil conseguir un dinero acumulado para pagar una mensualidad de arrendamiento.
En mi pueblo sucedieron tres cosas muy difíciles de explicar porque parecía algo mágico, como cuando dicen que el mundo conspira para que algo suceda, cuando Dios pone sus ángeles en el camino.
Primero me llamó el jefe de gestión humana de CENICAFE, el señor Cristóbal Caraballo, un hombre afro muy respetado y de un humanismo muy especial y me dijo «Yo me he dado cuenta que usted está estudiando con algunas dificultades, cuando tenga problemas para pagar sus pasajes arrime a mi casa, toca la puerta y no tiene que decir nada, simplemente yo ya sé que necesita algo de dinero para sus pasajes». Me sorprendí ante la generosidad de este hombre y escasas veces lo visité, porque me daba mucha vergüenza, pero sentía una gratitud inmensa.
Así mismo, de forma independiente y sin planearlo ni pedirlo, el párroco de la iglesia la Capilla, me mandó a llamar y me dijo: cuando Usted se vea en un apuro muy difícil para ir a la universidad vaya a la iglesia a las 6 de la tarde el domingo y se hace en la parte de atrás, también fueron muy pocas las veces que lo hice, pero el padre lo que hacía era dar la vuelta por todos los feligreses y si yo estaba ahí parado en la parte de atrás, metía su mano entre la sotana y el bolsillo y me entregaba algunos billeticos para el pasaje, que para mí eran como un tesoro, como una semilla.
Posteriormente, me citó la entonces secretaría de gobierno de la alcaldía, María Magdalena Builes de Ramírez, hermana de la fundadora de la ONG Mundos Hermanos que trabaja por niños y jóvenes en riesgo de calle. Mi madre muy orgullosa le había hablado de su hijo universitario y la funcionaria logró conseguir con una empresa de transporte un carné que me duraría para el primer mes de mis estudios, me permitía viajar durante un mes en buses de Expreso Palmira.
Los viajes eran muy demorados, entre hora y media a tres horas normalmente, porque había un trancón que iniciaba en la Popa donde había una valla muy grande del lado de Dosquebradas que decía algo así como ¿Para cuándo la solución al trancón? o ¿para cuándo el viaducto? no lo recuerdo textualmente, pero si recuerdo que una vez salí del terminal a las 8 de la noche y había un trancón tan grande que llegué a mi casa a las 2 de la mañana, para luego levantarme a las 4 am y estar en clase de 7 de la mañana, prácticamente llegaba a la casa a bañarme y regresar a la U.
En medio de esa problemática de movilidad para llegar a Pereira, a veces llegaba tarde a clase y varios de mis profesores quienes recientemente se habían graduado en Rusia y en China, venían con la idea que uno debía estar en clase 5 minutos antes, un día el profesor me iba a dejar por fuera de clase y todos mis compañeros al unísono le dijeron que tuviera en cuenta que yo venía desde muy lejos, viajando para poder llegar a esa clase de las 7 de la mañana. El profesor solo sonrío, agachó la cabeza en señal de otorgar la razón y me dijo «siga pues».
El día en que se me vinagró el almuerzo, busqué de nuevo a bienestar, al padre Montoya, le pregunté si habría un restaurante estudiantil y él me dijo no contamos con ese servicio, pero hay una profesora que es como un angelito y le ayudó a un estudiante, pero el estudiante se fue de la universidad y ni siquiera le dio las gracias, entonces no sé si esa puerta se nos cerró.
En ese momento llamó a la profesora luz Mary del departamento de psicopedagogía y le comentó mi situación, la profesora dijo inmediatamente: dígale que lo espero al almuerzo en mi apartamento, cuando yo llegué al edificio Virrey en Álamos el vigilante me dijo «suba por el ascensor al segundo piso» me extrañó ver en una edificio residencial un ascensor, cuando en mi pueblo el único ascensor era el del palacio municipal donde funcionaba la alcaldía y siempre había un ascensorista en una sillita alta quien preguntaba ¿a donde va? y oprimía los botones.
Cuando llegué a la puerta no sabía si tocar o esperar a que me abrieran, pensaba si les molestaría que ya habiendo comunicado el vigilante, molestara al tocar el timbre, finalmente decidí hacerlo y la profesora me invitó a la mesa, le pidió mi almuerzo a la empleada que se llamaba Lastenia, una dulce y especial señora creo que venía de un resguardo de Quinchía, hacía de comer delicioso y lo trataba uno con seriedad pero con un afecto tan especial, en la casa no solo era una miembro de la familia sino que era la jefe del hogar, ella decía qué se hacía y cómo se hacía en los temas de la casa.
Tal vez si la veo ya no la reconozco por el transcurrir del tiempo, pero veo en los ojos y en las miradas de cada mujer trabajadora esa misma imagen tan especial de una persona luchadora en un restaurante, en una cocina, en servicios generales, en un puesto de ventas, eso no es un «rebusque» sino un «servicio con amor, son seres que saben diferenciar entre dar desde el corazón y simplemente cumplir con las funciones de un empleo por un salario.
Por eso siempre cuando veo estas mujeres trabajando, les sonrío con la misma gratitud y admiración como la que tengo con mi madre, no entiendo cómo alguien puede maltratar verbalmente a una persona que le está sirviendo con amor, ojalá todo el mundo entienda que esas personas no sirven solo por un pago, sino que dan desde su corazón, lo mejor de su ser, ojalá siempre las traten con justicia, con afecto, porque ningún pago recompensa eso que dan, ellas son la primera puntada del tejido para la construcción de sociedad.
Eso ha cambiado mucho, ahora también los hombres atienden la cocina y sirven con amor, pero aún hay personas que les maltratan o no les pagan lo mínimo requerido. Luz Mary siempre me decía «sea siempre una persona grata, a la gente ingrata le va muy mal, al que es grato le llegan bendiciones»
Me encantaba cuando la señora Lastenía preparaba pandebonos en el horno, eran deliciosos y sabían más rico aun cuando sabía que durante los primeros meses casi siempre el almuerzo era mi única comida de la tarde. Cuando me sentaba a la mesa, había unas fichitas en forma circular con pequeñas oraciones. Las galletas de Sabiduría. Luz Mary me pedía que leyera la del día, Eucario o Carlos hacían una oración por los alimentos y ella se sentaba conmigo y me preguntaba ¿cómo me había ido durante mi día en la universidad?, me preguntaba sobre la salud de mis papás y yo me desahogaba hablando con ella a veces con su esposo que era un hombre sumamente callado, un gran escucha y un hombre sabio, el solo preguntaba y escuchaba, era un docente del colegio Instituto Técnico,
Ellos se convirtieron en mi segunda familia y no solo ellos, a menudo me invitaba a la cena Mavicky una persona muy especial de un gran corazón y con un afecto inmenso, prima de J Mario Valencia. Al final de cada año la familia Angulo Espinoza hacía algún paseo o daba regalo y lo mismo que le daban a su hijo me lo daban a mí y él, jocosamente, me decía que no le robara a sus papás. Desafortunadamente Eucario ya nos abandonó de este mundo, pero dejó impregnado ese espíritu de hombre noble y bueno y mamá Luz Mary, aún seguimos en contacto, ambos se jubilaron y se dedicaron a organizar grupos de oración por todo el país y ayudar a la gente con unas consejerías espirituales muy especiales, a escribir textos de orientación espiritual, sentarse a la mesa con ellos era como una terapia de amor y humanismo para afrontar lo que sucedía durante ese día en la universidad y en mi vida.
Pasadas tres semanas de clase, la verdad no sé cómo hacía, todo era tan difícil y a la vez tan milagroso; cada día lo vivía a la vez y cada día resultaban los recursos para movilizarme, para fotocopias y lo que no resultaba pues simplemente yo mismo me decía “todo pasa en la vida, esto en algún momento pasará y será solo un recuerdo”.
Sucedió que ya se había acabado el carné de pasajes y de dinero solamente me quedaban ahorros para pagar una semana de pasajes, no había más dinero en ese momento, acudí a Gloria Patricia Soto, la auxiliar de la Facultad de Ciencias de la Salud y le pedí que me gestionara un permiso para quedarme en la Universidad por la noche, un rinconcito en el Galpón o en algún lado, que yo me levantaba temprano y me podría bañar en las duchas del gimnasio, ese era el único plan y aunque poco viable, alguna esperanza debería quedar, entonces Patricia a quien muchos recordarán por haber sido también secretaria de Ciencias Ambientales me dijo que eso no se podía, pero que Bienestar debía ayudarme.
En mi siguiente columna les sigo contando como se resolvió ese tema, porque fue allí cuando nació mi vínculo con Bienestar Universitario y se dieron de forma informal las primeras monitorias sociales que luego se formalizarían con la llegada del nuevo rector.
Luis Alberto Rojas Franco
lrfranco@utp.edu.co
Buenas tardes, que calido relato! Muchas dificultades en el camino, pero que bueno que estas te llevaron a conocer nuevas personas que te brindaron tan generoso apoyo, me encanta el escrito. Muchas gracias por compartir
Luis Alberto me encantó la segunda parte del relato y me sentí parte de el al haber podido contribuir un poco a salir adelante en el esfuerzo y la dedicación, para llegar a dónde estás.Un fuerte abrazo 🙏🙏🙏🤗🤗😘
Este es el mejor homenaje que puedo hacer a ti y a quienes fueron mis angelitos que orientaron este norte que ahora gracias a Dios puedo reproducir en algunas personitas según las capacidades.. Un abrazo, saludos y mil gracias 😊. Lo mejor de esta historia es que sus protagonistas siguen ahí iluminando caminos. Un gran abrazo.