Aquellos que previeron con tiempo, garantizaron en algo su servicio de electricidad con pequeñas plantas eléctricas que son proporcionales entre tamaño y ruido. Cada almacén, negocio, consultorio que pudo conseguir alguna, la tiene lista para encenderla apenas inician las 8 horas de racionamiento inundando los andenes con ese olor característico que expelen sus motores y ese sonido que recuerda la desgracia.
El tráfico está aún más insufrible. Si con semáforos los trancones duran horas, sin energía eléctrica que los alimente, las horas se vuelven desesperantes eternidades.
Las telecomunicaciones se caen más que nunca: así el racionamiento de 8 horas se haga por sectores, las redes quedan desconectadas unas de otras debido al corte en alguna de sus partes. Usuarios más que molestos no entienden (no quieren, no tienen por qué hacerlo), la exposición de los empleados de servicio al cliente que intentan sin éxito explicarles que así en su casa haya energía, en algún segmento de la ciudad no la hay y la red no puede transmitir.
Los hospitales y centros de salud tienen su propia y grave tortura: muchos de ellos no tienen plantas eléctricas con la capacidad suficiente o las existentes están inservibles. El gobierno hace lo posible porque los cortes no afecten a los principales, pero es imposible separar los circuitos de forma tan precisa. Todos los pacientes padecen la falta de electricidad.
El país está cambiando su rutina de vida. Desde asuntos tan triviales como remplazar las horas que se pasaban frente al televisor y aun frente al celular, hasta manejar los alimentos en las neveras que con 8 horas continuas desconectadas, dejan de refrigerar.
Los trabajos que requieran electricidad, hay que reprogramarlos de acuerdo al cronograma de cortes de luz que emiten las empresas encargadas del servicio. La vida se ralentiza por no decir que se detiene.
En pocas semanas, las quejas porque la factura no baja de valor así no se tenga electricidad la tercera parte del tiempo, inundarán los medios.
Van pocas semanas de este fuerte racionamiento y no hay buenas noticias en el horizonte.
Estoy viviendo un déjà vu.
Ando trabajando en Ecuador hace varias semanas, pero esto ya lo viví en Colombia a principios de los años 90.
Y puede volver a pasar. Ojalá llueva. Y bastante.