Por JAMES CIFUENTES MALDONADO – Miscelánea
Siempre hemos sabido que la humanidad es en esencia vulnerable, que la vida es frágil, pero con el Covid-19, nos sentimos, además de débiles, impotentes; al día de hoy no se sabe a ciencia cierta la lógica del virus, solo sabemos que le puede dar a cualquiera y que la reacción, en cada quién es imprevisible, puede ser mínima o extrema, puede ser que uno resulte asintomático o puede ser que nos mande a la UCI y que nos terminemos muriendo, sin saber por qué.
No sabemos esto cuánto va a durar, o si es que, en realidad, este coronavirus, que llegamos a creer era otra de esas gripas de nombre raro, se volverá endémico, nunca se irá, y cada vez más tendremos que acostumbrarnos a escuchar de cuando en cuando y en círculos más cercanos, que fulano, que zutano, que un conocido, que un amigo de un amigo, que un amigo entrañable y finalmente, que un pariente se murió, que la misa y el velorio serán por zoom.
No importa que el virus ande por ahí enfermando y matando gente por millares, ni que los noticieros nos atiborren de estadísticas que ya no nos dicen nada, lo que importa es que hasta el momento el muerto o el entubado no es de los nuestros; pero, cuando la víctima es el vecino con el que tomábamos cerveza, cuando el muerto es el hermano deportista o la abuela que pintaba para llegar a los 100, porque no le dolía nada; cuando el muerto es el joven que rondaba los 30 y apenas empezaba a hacer familia, ahí la cosa cambia, ahí nos convencemos que los siguientes podemos ser nosotros, y ahí es cuando la vida cobra un nuevo significado, y esas frases de cajón «la vida es una», «la vida es corta», «no todo es plata», «la felicidad es otra cosa», dejan de ser meros clichés y se vuelven advertencias de que esto no es cuento, y que, en una o dos semanas, podríamos ya no estar.
Aunque las dimensiones del Covid-19 sigan siendo discutidas y anden por ahí personas como si nada, sin tapabocas, porque la pandemia no existe y todo es una conspiración china y haya otros que no se lo quitan ni para dormir, lo cierto es que frente a esa enfermedad vamos perdiendo, y vamos perdiendo por una sola razón: porque no podemos contenerla ni controlarla sin limitarnos y sin dejar de vivir un poco.
Vivir o no vivir, he ahí la cuestión; y qué es vivir; depende de donde se mire; si se mira desde el lado del gobierno y de la economía, vivir es trabajar, producir, consumir; vivir es compartir; vivir es comer, beber, comprar, bailar, besar, correr, saltar, ir en bicicleta; vivir es tomar vino o café, o simplemente jugar parqués. Y si le preguntamos a la gente, al transeúnte, al tendero, a los muchachos de la esquina, a las familias, a los amigos e incluso a los solitarios, nos dirán que vivir es exactamente lo mismo, y por eso los negocios, las tiendas, los parques, los restaurantes, las cafeterías, los billares, los moteles, los bares y quizás las discotecas, tienen que estar abiertos, porque no podemos solamente sobrevivir, porque esa es una forma de morir.
El alcalde de Pereira Carlos Maya, y hasta el presidente Duque, han hecho lo que han tenido que hacer, apretando y aflojando el puño cuando ha sido necesario, así la ciudadanía no se los reconozca, porque la ciudadanía no sabe o no quiere entender, solo sabe vivir.