Por JAMES CIFUENTES MALDONADO
Con la libertad, las flores, los libros, y la luna, ¿quién no sería perfectamente feliz?
La pregunta la hizo Oscar Wilde, en una de esas frases célebres del escritor irlandés, el más romántico y uno de los artistas más atormentados; autor del Ruiseñor y la Rosa, un cuento que recuerdo haber leído en mis épocas de colegio y que he vuelto a repasar recientemente, porque en mi memoria solo quedaba el título y la imagen de un ave canora que entregó su canto y su último aliento, con su corazón clavado a una espina, para dar vida y color a una rosa en pleno invierno, en algún lugar de la fría Inglaterra, y así satisfacer las afugias de un enamorado no correspondido y la banalidad de una señorita caprichosa, en un sacrificio desconocido e inútil, en una historia sin final feliz, como fue la vida del mismo Oscar Wilde, quien fue puesto preso literalmente por sentir y expresar el amor en la forma en que hace cien años no se entendía.
La verdad es que sí, yo pienso igual que Wilde; si en este momento apareciera el genio de la botella y me concediera un solo deseo, sin dudarlo, le pediría una pensión, aunque fuera del mínimo, y estar a paz y salvo con los bancos, para no trabajar más y dedicarme a echarle agua a las matas que sembró mi madre en el pedacito de tierra que lleva mi nombre en el catastro, pero muy especialmente para dedicar mi libertad y mis días, mañana, tarde y noche a leer, a leer todo lo que se me atravesara, para intentar desatrasarme en mi consigna de conocer el mundo, para irme al más allá un poco menos ignorante, aproximado a los hechos y a las ideas de la humanidad, no con la pretensión de comprenderlos, porque eso es imposible, nadie lo ha logrado ni lo lograría aunque leyera toda la Biblioteca de Alejandría.
Con esa pensión mínima y con los tres golpes dietéticos asegurados, no pararía de leer, solo haría pausas para ir al supermercado. Y es que, con todo el tiempo disponible, la familia ya criada, la alacena con lo básico, la biblioteca llena y una mecedora en un rincón iluminado, donde no lleguen la cantaleta de la señora ni los gritos de los nietos (que aún no los tengo), no habría más para pedir.
Me pondría al día con los clásicos, los griegos y los romanos, buscaría a Dios en los libros que dicen que tienen su palabra, aunque descubra que hurgar tanto en las santas escrituras me aleja más de las divinidades que me han enseñado y que leer demasiado sobre ciencia tampoco le aporta mucho a mi espíritu; me sacaría las cucarachas de la cabeza y me descontaminaría con algo de literatura oriental, ah y por supuesto, volvería a leer el Quijote, para regocijarme con la locura del viejo hidalgo y la sabiduría simple del querido Sancho.
Pero todo esto no es más que una fantasía, porque sabemos que los genios de la botella no existen y para vivir, en mi país, el salario mínimo no alcanza. Es mi única intención dejar la conciencia del valor de la lectura, por estos tiempos de tecnologías en los que abunda la información, pero escasea la profundidad y sobre todo la verdad, para que mis contemporáneos recuerden que en los libros tenemos una excelente alternativa de ocio para acabar de exprimir la vida y para los jóvenes para que descubran que el mundo es mucho más que las redes.
Felicitaciones, por la que considero una de tus mejores miscelaneas, debe ser tal vez porque. Me incluye de alguna manera, no solo con los gratos recuerdos del mencionado cuento, o por ese anhelo de poder leer todo lo que caiga a mis manos, por lo que sea te agradezco esta reconfortante lectura y desde la distancia te envio un fraternal abrazo
Pienso igual que tú, debe ser por qué nos criamos al calor de la misma madre y padre y por qué tú eres mi hermano mayor, y has transmitido muchas de tus cosas, e ideales.