Por URIEL ESCOBAR BARRIOS, M.D.
En el universo, nada de lo que se presenta puede atribuírsele al azar porque sencillamente en él no existe la casualidad, sino que todo fenómeno tiene una profunda relación de causalidad. El 31 de diciembre del 2019, las autoridades de salud notificaron la aparición de un nuevo integrante de la comunidad planetaria: un virus al cual se le asignó el nombre de 2019-nCoV, que luego se rebautizó con el que es conocido actualmente: SARS-CoV2, el cual, al interactuar con el ser humano, provoca una enfermedad denominada COVID-19. Este virus no es nuevo, sus ancestros han acompañado la evolución de la civilización; según los rastreos realizados, estos se remontan al siglo IX a.C. Desde entonces han estado con nosotros y lo seguirán haciendo en el recorrido vital que tenemos como especie; sin embargo, es la aparición de esta mutación la que ha permitido enriquecer el conocimiento que la ciencia tiene sobre él; pese a ello, la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce que “faltan muchos estudios para determinar su origen zoonótico, la vía de introducción en la población humana y la función que cumplen los huéspedes intermediarios”.
Este visitante, que llegó para quedarse, ha provocado graves repercusiones en las formas de relación de la comunidad humana global. El mundo ha cambiado, y la percepción de seguridad y de omnipotencia con respecto al control que se puede ejercer sobre la naturaleza se ha ido agrietando; una realidad se ha desnudado: la única forma de supervivencia que tenemos como especie se puede dar si hacemos las paces con el entorno y con los ecosistemas con los que convivimos. Las cifras de la actual pandemia son contundentes: al 7 de abril 2021, a nivel mundial se han infectado 133.362.992 personas y 2.891.721 han muerto. ¡Lo más irónico es que a finales del 2020 se respiraba un ambiente de esperanza, porque había una luz al final del túnel: la aparición de varias vacunas!
¿Y qué ha sucedido en los tres primeros meses del 2021? En la mayoría de los países hemos regresado a los confinamientos, a las cuarentenas, al toque de queda, al pico y cédula, en fin, a situaciones quizás peores que las de hace un año. Como se puede constatar, el virus no va a mejorar las formas de relación de la sociedad humana global; por el contrario, y es lo que estamos observando: cada vez hay mayores franjas de población empobrecidas y la brecha entre ricos y pobres es más abismal. Este coronavirus, al igual que sus antecesores, llegó para quedarse entre nosotros, es parte de la convivencia global humana; y, como ha sucedido con las grandes pandemias que se han presentado en la humanidad, también pasará y dejará un profundo manto de dolor e incertidumbre.