Es trágico, lamentable e inverosímil, ver a los hombres responsables de llevar a cabo la tan ansiada revolución, sumidos en la miseria personal por el abandono intrínseco de quienes son responsables directos de su sostén.
No es que la causa revolucionaria, con el nombre propio que adquiere en cada país, según la interpretación y formas de ejecución de los distintos movimientos de masas, esté destinada a alimentar la vagancia, sustanciando hipótesis del estilo del “Derecho a la Pereza” (1) de Paul Lafarge (2).
Pero el hecho es que hubo, hay y habrá cuadros políticos, los cuales anteponiendo los derechos colectivos al individual, temerosos de aquello que los marxistas llamarían una conciencia burguesa heredada, hicieron del verbo de la igualdad, de la justicia social, del objetivo de constituir una comunidad organizada, en paz, su religión, concibieron la vida misma.
Cuando en algunos casos, como ocurre en Colombia, la victoria de los establecimientos neoliberales, del capitalismo feroz, despiadado, es el que se impone, éstos excelentes revolucionarios quedan sujetos a toda clase de privaciones. Lo dieron todo a cambio de una esperanza de cambio profundo para todos los hombres. Prefirieron renunciar a vivir como parásitos de la sociedad de consumo, bajo la construcción de un porvenir individualista, destinado a labrar una cosecha propia para volcársela encima.
El concepto tradicional de producción capitalista, llevó a que se los tilde de vagos, por atreverse a vivir para la gente a partir de la política, sentarse a contemplar, a describir la esencia de una realidad malvada riéndose de los ilusionistas, a elaborar las condiciones para superarla. Son aquellos que al fijar la vista en un punto indeterminado, no tratan de adivinar el número a salir en la lotería, el resultado del “derbi” entre Real Madrid y Barcelona, ni se encuentran pendientes de la posibilidad del “viajecito salvador” a Europa, a Estados Unidos para terminar con las angustias, como pretendieron inculcarles los mediocres.
El único recreo, en los ratos de ocio, cuando sienten fatiga de largos y complejos análisis, auscultan, casi siempre con el infaltable “tinto” en medio, un mundo interior con facetas de ingenuidad, aunque no menos profundo que sus hondas raíces en el materialismo dialéctico, impotente de explicarlo por sí sólo.
La sensibilidad, lejos de cualquier culto, los llevó a abrazar la religión de oponerse a los abusos de una sociedad, acostumbrada a entretenerse a expensas del escarnio ajeno, del chisme, del egoísmo y de la traición a sus conciudadanos. El no dejarse arrastrar por la cobardía, las corrientes oficiales de opinión, hizo que se los tildara de terroristas, de sinvergüenzas; hasta de paranoicos, por encontrar casi siempre el verdadero doble sentido, oculto para el vulgo en la realidad objetiva.
Nacieron palpitando en carne propia el sufrimiento ajeno, las injusticias, no con el resentimiento rencoroso de las malas personas, pero quizás con el del tipo al cual se refería Eva Perón, el de alejarse de los terratenientes, de las oligarquías, de los empresarios, los industriales, para situarse bien cerca del pueblo, percibir sus dolores, privaciones, esperanzas, aunque eso signifique que jamás tendrían una moneda en el mísero bolsillo.
Nunca tuvieron un proyecto de vida, como se traduce en el tiempo presente, basado en las ambiciones, pisando la cabeza de los demás, a fin de alcanzar la cúspide de la picadora de carne humana. Lo suyo es la creación de una sociedad nueva, con las desventajas de cambiar una convicción monitoreada desde el aparato de represión estatal. Por tal razón existen.
Mientras el fascismo clásico rinde culto al sacrificio, el heroísmo, a fin de lograr el perfeccionamiento permanente individual, poniendo al hombre en función del estado y midiendo la “superioridad” a partir de la búsqueda del peligro, lo que culmina en la guerra como la expresión máxima de “heroicidad” (3), en los auténticos revolucionarios, en cambio, se observa una perseverancia parecida a la utilizada por contra quienes se baten a muerte, aunque a la inversa. En los últimos, prima el encendido sentido humanista con el que luchan. No tanto por los métodos utilizados, sujetos a la interpretación personal o del colectivo al que pertenecen, acerca de cuáles son las directrices para alcanzar la revolución, entendida como un proceso de cambio de ciento ochenta grados. A los revolucionarios los distingue la finalidad, estar guiados por grandes sentimientos de amor (4), en lugar del odio, inculcado por los distintos totalitarismos. Descartan la supremacía del Estado, anteponiendo la de la raza humana, porque según piensan, sin él, la naturaleza, lo material o algo tan jurídico como el primero, carecerían de sentido por completo y del cubrimiento equitativo de sus demandas materiales –trabajo, educación, salud; etc.- sobrevendrá, en teoría, la elevación del estándar de vida colectivo al máximo y en su totalidad. El principal problema, como plantearía el inmortal escritor argentino Roberto Arlt (5) en su novela “Los Siete Locos” (6), es que hace ese hombre hasta que llega la “revolución social”. Si es que ocurre…
Algunos optan por trabajar. Son conscientes de procurarse un sustento que les “cuide las espaldas”, dividiéndose entre las tareas sindicales, la militancia exacerbada, el compromiso social al que nunca descuidan. Otros ni siquiera poseen ese ápice de instinto superviviente, porque suponen que el triunfo de la idea, la imposición de un status quo ecuánime, a realizarse en un futuro no muy lejano, cubrirá sus necesidades elementales básicas, las cuales no son demasiadas. Estas mujeres y hombres no demandan mucho; a veces hasta se vuelven renuentes a conformar una familia, volcados de lleno, con entusiasmo, a cristalizar un mundo mejor, esa “utopía inconcebible” de la que harán alarde sus energúmenos detractores, demasiado ocupados en obtener provecho como para prestar atención u ocuparse de todo lo demás.
Luego del suministro al que no pueden renunciar porque les privaría de la vida –cobijo, vestido, alimento- tienen la necesidad cuasi fisiológica de analizar el contexto mundial, el nacional. Aunque muchos de quienes los formaron en política hayan traicionado sus convicciones, transando, se hayan vendido al orden imperante y disfruten de hablar del movimiento de masas, de la revolución, sentados sobre mullidos sillones, les dejaron como legado la vocación de estudiar. Aprender siempre, para fortalecer el conocimiento intelectual, el de causa; responderle al detractor con inteligencia, aunque a veces las pasiones puedan jugarle una mala pasada, con el riesgo de escribir, decir “algo indebido a quien no corresponde”, acabando por pagar las consecuencias.
No les importa correr riesgos, ni el hecho los aflige. Se tienen a ellos, a “la causa”, aunque algunos, sonriéndoles por delante, murmuren detrás que “estos compañeros jamás tienen un peso». Pero si carecen de la posibilidad de alcanzar bienes tan humildes como una camisa barata, adquirir el par de zapatillas económicas de cualquier negocio de ofertas baratas, se debe más a sus cualidades que al defecto de haber sacrificado el egoísmo innato, en propósito del bien común.
Es innegable que en la mayoría de los partidos de izquierda suramericanos, la ausencia de una unidad ideológica, más que de plataforma, donde a pesar de las alianzas eventuales, cada facción trata de imponer a las otras su interpretación del socialismo, conlleva a la ausencia de un movimiento político sólido, capaz entre otros aspectos, de brindar un sustento mínimo, permanente, a quienes en verdad trabajaron, desempeñaron tareas políticas notables desde la dirigencia o la base, jugándose el pellejo aún por quienes los ignoran o lo saben, pero los desprecian.
Junto al cúmulo de actitudes sectarias por parte de las direcciones y de ciertos segmentos de la militancia en general, con su inefable infantilismo rupturista; a la aparición de los advenedizos, que se arriman sólo cuando el movimiento parece promisorio, sin nexos relativamente fuertes como para poder catapultar sus ambiciones en fuerzas políticas tradicionales de peso, se encuentran ellos. Trabajan incondicionalmente. Redactan volantes, escriben textos y crónicas en periódicos, pasquines, de relevancia temporal, nula; proclaman sus consignas, pegan carteles bien entrada la madrugada, corriendo el riesgo de toparse un provocador en las sombras. Se despiertan a cualquier hora, por quedarse maquinando hasta muy tarde, luego de una ardua labor, tras la cual tienden a distenderse. Si deciden ser aspirantes a un cargo público, al cual ni sueñan que podrán posicionarse, reconocen su condición minoritaria, las carencias acarreadas por no pertenecer a las corruptelas de turno. Pero igual ganarán la calle, gestionaran en los directorios, darán discursos a cualquier hora donde, cuando puedan, sobre bancos o tarimas; en humildes hogares, cines de mala muerte, hoteles onerosos, teatros alquilados con el sudor de su frente. Los presupuestos, solicitados quien sabe dónde, acabarán por chuparle la sangre. La campaña le representará a la postre varias toneladas de deudas que aunque ínfimas, al encontrarse insolvente, le será durísimo cubrir, pesándole como varios elefantes sujetos a su alicaída espalda. Lo hacen porque su religión no pasa por sentarse a orar, con la validez, el respeto que ello amerita, sino a través de la práctica de la solidaridad, el diálogo, la confrontación; ¿por qué no? Aunque la parte primordial sea la práctica, el ejemplo traducido en el ejercicio honesto de la política al servicio de la comunidad.
Desde luego, la izquierda, con sus ideales humanistas, de reivindicación de los más humildes, de los sectores más sensibles, de su llamado a la creación de una riqueza cuyo reparto se realice equitativamente, a la justicia, es como un fértil óvulo, atrayendo a millones de jóvenes espermatozoides a que se fundan en él, haciendo germinar una forma de vida renovada, floreciente en el socialismo. No en vano, cuadros formidables de la derecha como el dictador italiano Benito Mussolini, el escritor argentino Leopoldo Lugones y en el caso concreto de Colombia, el ambivalente Alberto Lleras Camargo, dos veces presidente de la República, sin olvidar al vicepresidente de Juan Manuel Santos, Angelino Garzón, tuvieron orígenes ideológicos en el comunismo y el socialismo. Aunque el oportunismo, el poder, el lucro, los haya desviado, supieron demostrar con claridad visceral el abandono de sus antiguos postulados. Por consiguiente, de los ejemplos mencionados, no se esperó, ni se podría aguardar nada.
Ocurre lo contrario, cuando se puede observar a quienes por cuestiones muy loables de sacrificio, fortuna, actitud, de aprovechamiento de posibilidades concretas, pudieron acceder a un gran nivel de vida, perciben varios millones de pesos por mes y poseen mucho más en sus haberes, pero a pesar de proclamarse “izquierdistas”, se tornan incapaces para sumar voluntades, al menos para contribuir en el sustento mínimo de uno de esos compañeros olvidados, que a causa de darlo todo, por no sentarse a pensar un poco en sí mismo, hoy se encuentra sufriendo privaciones básicas fundamentales. No se trata de quitar a unos para darle a otros y así, repartir la miseria. Se hace referencia a quienes tienen el tupé de decirse “de izquierda”, pero poseen ese instinto rapaz de acumulación muy propio del potentado burgués, al que en ocasiones, llegaron a combatir hasta por la vía armada, lo cual puede resultar indiscutible cuando hay testigos avalando el suceso mediante interminables anécdotas. Lo malo es que a la fecha, a algunos, ese pasado parece molestarles de tal manera, quedarles tan atrás, como para mandarse a rellenar las fosas de sus tumbas con el patrimonio sobrante.
La larga lista abarca desde senadores, diputados, concejales, hasta empresarios, médicos, doctores de la ley, comerciantes, docentes, pensionados, quienes en mérito a un esfuerzo incuestionable, se hicieron acreedores de un excelente pasar económico. A lo que de ningún modo tienen derecho, mientras no les falte sustento a sus respectivas familias, a ellos, es a ser indiferentes, insolidarios con aquellos valiosos compañeros, acosados por graves urgencias y privaciones, pero que con alarmante desconsideración e ingratitud, no vacilarán en convocar, a sabiendas de que se trata de los mejores para laborar frente a las elecciones venideras. ¿La razón? Porque son incondicionales, imprescindibles y dicha virtud, les resulta bastante rentable, teniendo en cuenta los “módicos desembolsos” consistentes en café, cigarrillos, dinero para realizar diligencias, costos de viático, tragos o alguna pitanza ocasional, que disimule su voraz apetito y tacaños procedimientos. Dejar un compañero en la ruina, cuando se puede evitarlo, es una grave falta contra el hombre, pero por sobre todo, una traición imperdonable contra la causa, sus mártires y a los mismos responsables del atropello o al menos, en nombre de “aquel pasado glorioso”, cuando fueron realmente de izquierda, actuando como tales.
Por supuesto, el redactor de esta crónica no desconoce que el presente artículo, de seguro resultará ofensivo y delator para muchos, le propinará excesivos enemigos, odios exagerados, por omitir que provocará carcajadas en los sectores de la derecha, al reconocer en la autocrítica un signo inequívoco de su herencia nefasta de egoísmo y codicia. Lo inconsecuente, indisciplinado, inorgánico, disperso, hedonista, tan característico de los partidos, de los dirigentes de izquierda, no justifican nada, mientras los cuadros valiosos, históricos, sean tan escasos y existan “compañeros” –si es que así pretenden seguir llamándose- en capacidad de proveerlos de un salario mínimo de común acuerdo entre todos, lo cual, dicho sea de paso, parece lo más cercano a un criterio marxista por excelencia.
Los revolucionarios en esta situación, no son estúpidos. A pesar de advertir muy bien lo que ocurre, sin dejarse mentir, luchan por la nación de sus sueños, el porvenir de las generaciones venideras. Se abstienen de prestar mayor atención al asunto, pero suelen detectar de inmediato a cuantos procuran usarlos. Es probable que sus enormes facilidades, nacidas desde la tenaz defensa de sus credos, les valga numerosos epítetos y enemigos; lo mismo esa tendencia a confrontar, en lugar de dialogar, dejando las diferencias por fuera, tenga tibias excusas al aludir a la identificación del presunto enemigo social, del celo de defender y el temor a claudicar en sus convicciones. Sin proponérselo, utilizará por coliseo improvisado los billares, el bar, la tribuna, el seminario; la universidad privada, pública, la de la calle, la mesa familiar, la de los amigos, los encuentros ocasionales, para batirse como en un duelo pasional criollo. En el caso suyo, la dama, la doncella de sus sueños, es la causa a defender.
Esa es su naturaleza de batallador triunfante, derrotado a la vez, de la psicología innata de gente rica en espíritu, producto de una formación, de principios muchas veces inculcados por personajillos que con los años, a la larga, demostraron servir para mandarlos al sacrificio, inmolándolos de manera destructiva, inexplicable.
Volviendo a esos dignísimos cuadros de acero, forjados en la lucha diaria, irremplazables, no se les debería abandonar. Tenderles la mano, resulta de una obligación ética en lo referente al bien, de no dejar sólo al compañero, que en definitiva puede ser más hermano que algunos sentados a la mesa familiar; moral, desde la óptica de la disciplina partidaria. Sencillos, letrados, humildes, filantrópicos, contemplativos, incendiarios u obreros, son escasos los supervivientes. Sin su tamaña lealtad, el inclaudicable valor indómito, ese talento singular para encarar la conquista del patrimonio de todos, del derecho a vivir dignamente, el destino ya habría sido trazado de antemano, siendo imposible revertirlo.
Dejar un compañero en la ruina, cuando se puede evitarlo, es una grave falta contra el hombre, pero por sobre todo, una traición imperdonable contra la causa, sus mártires y a los mismos responsables del atropello o al menos, en nombre de “aquel pasado glorioso”, cuando fueron realmente de izquierda, actuando como tales.
Fuentes
1 – En “El Derecho a la Pereza” (1883), el autor hace una defensa del “sueño de la abundancia y el goce, de la liberación de la esclavitud del trabajo” empleando la paradoja como figura retórica para mejor explicar la doctrina marxista entre la clase obrera de su tiempo. Escrito como una refutación a El Derecho al Trabajo (Louis Blanc, 1848) Lafarge defiende que el trabajo es el resultado de una imposición del capitalismo, contrariamente a la idea tradicional de reivindicación obrera y lo contrapone a los derechos de la pereza, más acordes con los instintos de la naturaleza humana, con los que se alcanzarían los derechos al bienestar y la culminación de la revolución social. (Fuente: Wikipedia).
2 – Paul Lafarge (Santiago de Cuba, 15 de enero de 1842 – Draveil, 26 de noviembre de 1911) fue un periodista, médico, teórico político y revolucionario francés. Aunque en un principio su actividad política se orientó a partir de la obra de Proudhon, el contacto con Karl Marx (del que llegó a ser yerno al casarse con su segunda hija, Laura) acabó siendo determinante. Su obra más conocida es “El Derecho a la Pereza”. Nacido en Santiago de Cuba en una familia franco-caribeña, Lafarge pasó la mayor parte de su vida en Francia, aunque también pasó periodos ocasionales en Inglaterra y España. A la edad de 69 años, Laura y Lafarge se suicidaron juntos, llevando a cabo lo que desde hacía tiempo tenían planeado. (Fuente: Wikipedia).
3 – Tomado de “Introducción a las Doctrinas Político Económicas” de Walter Montenegro (Editado por Fondo de Cultura Económica. México – Colombia, 1.997).
4 – “El revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor”, frase atribuida a Ernesto Guevara de la Serna, (14 de junio de 1928 en Rosario, Provincia de Santa Fe, Argentina; fallecido el 9 de octubre de 1967 en La Higuera, Bolivia) Médico. Comandante revolucionario mundialmente conocido como “el Che”. La explicación de Guevara al respecto de aquella frase era que “Un verdadero revolucionario es guiado por grandes sentimientos de amor. De amor por la humanidad, por la justicia y la verdad. Es imposible concebir un verdadero revolucionario sin esta cualidad.»
5 – Roberto Emilio Gofredo Arlt (Buenos Aires, 26 de abril de 1900 — 26 de julio de 1942), conocido como Roberto Arlt, fue un novelista, cuentista, dramaturgo, periodista e inventor argentino. En sus relatos se describe con naturalismo y humor las bajezas y grandezas de personajes inmersos en ambientes indolentes. De este modo retrata la Argentina de los recién llegados que intentan insertarse en un medio regido por la desigualdad y la opresión. Escribió cuentos que han entrado a la historia de la literatura, como «el jorobadito», «luna roja» y «noche terrible». Por su manera de escribir directa y alejada de la estética modernista se le describió como «descuidado», lo cual contrasta con la fuerza fundadora que representó en la literatura argentina del siglo XX. Se lo considera como un precursor del teatro social argentino y de corrientes posteriores, como el absurdismo y el existencialismo. En 1926 escribe su primera novela El juguete rabioso, a la cual le iba a poner inicialmente como título «la vida puerca», pero en esa época Arlt era secretario y luego amigo de Ricardo Güiraldes quien le sugirió que el nombre original «La vida puerca» sería demasiado tosco para los lectores de ese tiempo. También trabajó de periodista para el diario «El Mundo» donde editaría sus famosas «Aguafuertes». Murió de un ataque cardíaco en Buenos Aires, el 26 de julio de 1942. (Fuente: Wikipedia).
6 – “Los Siete Locos” es una novela del escritor argentino Roberto Arlt editada en el mes de octubre de 1929. En la misma se desarrollan algunos de los problemas planteados por el existencialismo filosófico. Las cuestiones morales, la soledad, la angustia ante el sin sentido de la vida y la desolación de la muerte son temas recurrentes en la arquitectura metafísica de sus protagonistas. Es una obra de lúcida crítica social a la Argentina de los años 30. “Los Siete Locos” culmina con Los lanzallamas, novela que Arlt editaría en 1931. (Fuente: Wikipedia).
*Periodista, escritor, poeta, actor y cantautor. Director general de Diario EL POLITICÓN DE RISARALDA y de su suplemento, ARCÓN CULTURAL. Intregrante del CIRCULO DE
POETAS IGNOTOS.