Los reyes españoles ejercían el llamado «derecho de corte». Según éste, los nobles se encontraban en la obligación de rodearlos y servirles. Semejante poder, tan discrecional, resultaba llevadero porque al mismo tiempo se les concedía el privilegio, de «hacer la corte» (de allí viene el término «cortejar»), que les habilitaba para gestionar y hasta para intrigar ante el soberano y sus válidos, con el fin de obtener cargos, privilegios o prebendas. Con la república queda incólume esta ancestral costumbre: desde 1812, hasta 1886, todas las constituciones incluyeron la facultad de «libre nombramiento» para los gobernantes, con la cual se dio plena continuidad a esa práctica, bautizada por los cachacos bogotanos como una especie sutilísima de arte: el «lagarteo».
Solo con la llegada de la carta del 91 -artículo 125, que consagró como regla general la carrera administrativa-, empezamos a corregir esa antiquísima situación. Sin embargo, la llamada «clase política» siempre se las arregla para eludir este precepto usando subterfugios legales como los «contratos de prestación de servicios», que permiten mantener una «nómina paralela» superior a los funcionarios de carrera. Y aunque en el artículo 126 se prohibió también la designación de parientes (nepotismo), esto no ha impedido que se utilicen variadísimos sistemas para eludir su cumplimiento.
Al despuntar el siglo XX, el sociólogo Max Weber señalaba como una de las virtudes del capitalismo el haber construido un sistema administrativo que nominó como «dominación burocrática»: esta, sería la «manera más racional» de ejercer cualquier tipo de poder, pues recluta por méritos y asegura disciplina, rigor, precisión, continuidad y confianza tanto en el sector público como en el privado.
Otros sociólogos señalan que las deficientes prácticas ancestrales de reclutamiento llegan a constituir una especie de «segunda naturaleza» para ciertas naciones. Tal vez por ello los vicios ahora tan patentes en nuestro poder judicial se repiten con frecuencia en México, Nicaragua, Venezuela, Argentina, Brasil etc. etc. Y suelen asociarse con el atraso económico y social del llamado «tercer mundo». Para superarlos, es probable que necesitemos décadas, cuando no siglos, de correctivos culturales.
Sin embargo existen ejemplos fulgurantes ejemplos de cambios administrativos: Napoleón, creó para el servicio civil un escalafón análogo al del servicio militar. De esta manera, según sus propias palabras. «Francia… podrá ser mal gobernada, pero no mal administrada».
AGM-6-VIII—2024