Se cosecha lo que se siembra. Esta sentencia es de uso común en las conversaciones; sobre todo, se utiliza para dar una opinión basada en aspectos morales sobre el comportamiento de un individuo, una familia o una comunidad. Esta expresión es antiquísima: era abordada por diferentes tradiciones espirituales y, más recientemente, en la formulación de leyes desde la óptica de la investigación científica. Hammurabi, el sexto rey de Babilonia (siglo XVIII a.C.), es considerado como el autor de 282 normas que todos los habitantes del reino debían cumplir, la mayoría de ellas estaban basadas en la ley del Talión, mediante la cual el daño que un individuo provocaba a otro también lo debía recibir él: “Ojo por ojo, diente por diente” era su fundamento, también referenciado en el Antiguo Testamento de la Biblia. Por su parte, el filósofo y educador chino Confucio (551 – 479 a.C.) apoyaba su sistema ético en el precepto “No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti”. Jesús de Nazaret, figura central del cristianismo, lo repitió en varias ocasiones a sus seguidores y, además, según el evangelio de San Lucas (Capítulo 5, versículos 36 al 38), declaró el siguiente: “Con la vara que midas serás medido”.
El físico, inventor y matemático inglés Isaac Newton (1642 – 1727), en una de las obras más portentosas publicadas en la historia de la humanidad (1687), Principios matemáticos de filosofía natural (Principia), describió las tres leyes consideradas como las más importantes de la mecánica clásica y que dan respuesta a todo tipo de movimiento: ley de la inercia, ley de relación entre fuerza y aceleración y ley de acción y reacción. Esta última plantea lo siguiente: “Para cada acción hay una reacción igual y en el sentido opuesto”. Este principio siempre ha estado presente en las tradiciones espirituales, especialmente las de Oriente, y se le ha denominado la ley del karma. El término kamma en pali (la lengua en que se comunicaba el Buda) derivó en la expresión sánscrita karma, que en términos sencillos nos dice que una causa produce un efecto que, a su vez, se convierte en causa de otro efecto, y este fenómeno continuo es lo que constituye la existencia del universo y del ser humano. Cada acción que una persona realiza tendrá una consecuencia.
De acuerdo con lo planteado, el universo físico actúa conforme a leyes de la naturaleza que permiten que todos los elementos funcionen armónicamente, para así crear orden. De no tener estos principios rectores, sería caótico. Ahora bien, al ser humano como integrante del cosmos se le aplican estas mismas leyes. ¿Qué sucede si son violentadas? Se produce el sufrimiento y la disfunción. La civilización actual, con tanto caos, violencia y comportamientos no ajustados a la ley natural, está sembrando las semillas para cosechar un futuro cada vez más incierto que puede llevarnos a la extinción. La única forma de revertir este futuro apocalíptico es retomando los sencillos pasos que nos enseña esta ley inmutable.
Uriel Escobar Barrios, M.D.