Colombia es una montaña rusa camino al mundo de Dante, no hay duda. Pasamos de las declaraciones de un general torpe lamentando la esperada muerte de Popeye, hasta un aborto tardío que raya en lo criminal, auspiciado por el ICBF.
La verdad es que la muerte baila sobre nuestra bandera en todos los aspectos posibles y con todos sus trajes, entonces no queda sino aferrarnos a esa ingenua idea de que toda vida es sagrada, así para este gobierno tal afirmación le provoque risa.
Lo sucedido con un bebé de siete meses que, con la autorización del ICBF amparada por la ley, permitieron fuera “abortado” nos cuestiona y pone en debate un asunto bastante complejo.
En mi concepto y pese a todo el marco legal alrededor de este caso, ese bebé no fue abortado, fue eliminado, ¡tenía siete meses por todos los dioses! La institucionalidad no puede ser tan fría y aberrante, No hay derecho que permita semejante acto. El aborto es legal, sí, pero ninguna razón, salvo la vida de la madre, puede justificar semejante decisión a tan avanzado tiempo de gestación.
Lo terrible de esto, es que finalmente todos pierden: el Estado queda mal parado por su paquidérmica reacción ante la resolución de un conflicto que se debió resolver durante los primeros 3 meses, un padre desesperado queda golpeado porque quería evitar lo inevitable, saberse incluso no amado, y que lamenta ahora que el cuerpo del bebé no aparezca, una madre que argumentando daño psicológico pedía a gritos
abortar a tiempo, ahora debe estar peor, pienso yo, porque esta es la era de las ausencias y vacíos que apuñalan con sus agujas anestesiantes.
Era preferible que aquel bebé hubiera nacido y dado en adopción, ya que esto dejó de tratarse de un tema de tecnicismos jurídicos cuando se cumplió los 7 meses, para ahora trascender a lo humano. Al final quien más perdió fue el bebé. Viéndolo desde un sentido práctico, perdió desde que fue gestado en el vientre de una madre que no lo quería, llevaba meses sintiendo el rechazo de ella, el juzgamiento de sus abuelos, la presión y el estrés provocado por una comunidad y un padre desesperado.
El bebé siente, reacciona a estímulos, pero nosotros también y fuimos
indolentes.
Creo que la mujer puede decidir sobre su cuerpo, sí, creo en las causales del aborto, sí, pero cuestiono hasta qué punto empieza a decidir sobre el cuerpo de los demás. Ese niño ya estaba formado en el vientre y eso lo debió medir las ecografías, las patadas, el latido, su forma presta a salir. El ICBF actuó bajo la ley, es indudable, pero, como una máquina de exterminio estatal.
Si el bebé llegó hasta los siete meses, pues se debió llegar al acuerdo social de proteger a la criatura y darle un hogar, alejarlo de la traumatizada madre y de sus abuelos que no lo querían en su vida y brindarle otro lugar en donde pudiera desarrollarse como ser humano.
Todos merecen otra oportunidad. Incluso la madre. Lamentablemente a la muerte le gusta bailar sobre nuestros niños y la máquina estatal clasificó a aquella criatura de prescindible.
En este mundo distópico, me temo que esa pobre madre, ante el escándalo suscitado, sufrirá lamentablemente, las consecuencias de un trauma imborrable y peor, debido al ruido mediático que se ha generado y al juzgamiento de una sociedad conservadora y dispuesta a linchar al que sea por sus creencias religiosas.
Solo espero que ella encuentre ayuda y se aleje pronto de tanto ruido, que incluso con esta columna ayudo a elevar.
Original publicada en El Diario y reproducida con previa autorización del autor.