Por GABRIEL ÁNGEL ARDILA
La ficción no alcanzaría para explicar ambiciones inenarrables pero apenas tal vez sirviese para bordear tintes del cinismo con que es posible repasar ese tema de los umbrales del dolor. Y su explotación, como un yacimiento de tesoros hoy tan manoseados.
A ciertos médicos resistentes contra engaños literarios con que se minimizaban efectos letales y colaterales de ciertos calmantes medicinales, los ridiculizaban por sus presuntos reflejos morales o por ser timoratos, solo por el acto responsable de frenar las recetas de ciertos productos.
Sesudos artículos pagados como si fueran publicidad política fletada, intentaron desvirtuar lo que es cierto y real y ha sido probado en estudios científicos sobre derivaciones adictivas de ciertos fármacos. Pautas publicitarias y si eso fuera poco, campañas de asistencialismo filantrópico y un mal disfrazado mesianismo con dádivas muy costosas, siguieron a los chantajes; filtraron formas de soborno con viajes de placer y cruceros gratuitos, para médicos que volvieran a recetar sus venenos. Todo está bien descrito en «El imperio del dolor» de Patric Radden Keefe, con el nombre propio de esos marrulleros.
El mundo de la salud que es extenso, pero algo discreto, pasó revista con ojo ligero sobre los presentes enviados o entregados a la mano en consultorios, por visitadoras médicas de curvas y escotes irresistibles. Allá e igual que aquí. O finos profesionales del discurso-persuasor, impusieron de todos modos sus esquemas y las farmacéuticas hicieron inconmensurable fortuna.
Cuando más de dos mil quejosos elevaron denuncias, esa industria sacó sus dólares (dicen que cinco mil millones de dólares) de sus cuentas y vino luego la estrategia legal de una declaratoria de quiebra. Los reclamos y los pleitos, se quedaron sin piso para responder por cualquier multa y lo mismo que una familia de por aquí, dejaron a los acreedores (muchos docentes sin paga) con fallos judiciales a favor, pero sin ninguna posibilidad de indemnizar víctimas o dolientes.
Al mundo le gusta esto y más que adictos a menjurjes, resultan rehenes o presos fáciles de las marrullas. Y rápidamente se convierten en adictos a eso: a la marrulla. La cuantificación de eso se da en cuotas Litis y las honduras deontológicas de una profesión consagrada a esto.
Con un abogado no es apenas esperable la defensa de un inocente por su inocencia, sino de un criminal por mil formas de minimizar su crimen a cambio de una buena paga. ¡Y todos tan felices!