Por JUAN ANTONIO RUIZ ROMERO
El Opinadero
Imagino que durante el tiempo de la pandemia, los sicólogos y siquiatras han tenido bastante trabajo. Al iniciar el confinamiento, hace 15 meses en Colombia, muy pocos imaginaron el impacto que tendría el encierro en la salud mental de las personas.
Los seres humanos somos sociables por naturaleza y, ante las medidas excepcionales, nos volcamos desesperados a usar las aplicaciones que nos permiten, así sea a la distancia, tener contacto con el otro: el familiar, el amigo, el compañero de trabajo.
Algunos, según las circunstancias, asumimos el trabajo desde casa y descubrimos sus ventajas, mientras veíamos pasar por la ventana a quienes madrugan obligados a la calle a buscar su subsistencia.
Los meses de cuarentena estricta, con mucha expectativa y pocos contagios, permitieron al gobierno y al sector salud prepararse para enfrentar los sucesivos picos, que fueron golpeando a los distintos territorios.
El infortunado primer Día Sin IVA; la final del fútbol colombiano entre América y Santa Fe; las festividades decembrinas; la Semana Santa, los 50 días de paro nacional, desembocaron en una explosión de contagios, ocupación de las Unidades de Cuidado Intensivo y muertes, que ya superan las 100 mil personas.
Aunque parezca obvio, en todos los momentos mencionados, se refleja el cansancio de los ciudadanos con las restricciones y quizás fueran una expresión de tácita rebeldía contra el virus que transformó sus vidas.
Todos tenemos casos cercanos de conocidos, amigos y familiares que luego de una paciente espera se negaron a continuar confinados, con la idea que la vida transcurría al frente de ellos. Sin embargo, a varios de ellos, ese inmenso deseo de vivir, los llevó a morir en el intento.
Aquel mensaje inicial de quienes decían: “O me mata el Covid-19 o me mata el hambre”, con el paso de los meses, mutó en: “O me mata el virus o me mata el encierro”.
Por eso, todos -en mayor o menor grado- nos sentimos agobiados. Lo único cierto es la incertidumbre. Nuestras certezas tienen fecha de vencimiento y la mayoría duran, si acaso, 24 horas.
Frente a este panorama, los colombianos, más que candidatos presidenciales, necesitamos es expertos en salud mental que nos hagan una terapia de grupo o tal vez, un exorcismo, para ventilar nuestros demonios y reencontrar una idea de país posible.
La radicalización política; el maniqueísmo y la diaria batería de insultos y señalamientos también son culpables de nuestra ansiedad al tope; de nuestra desilusión, de la desconfianza generalizada.
A quienes están en campaña electoral en medio de un país devastado y triste, les recuerdo que para reconstruir, primero hay que remover los escombros; identificar a las víctimas; brindar primeros auxilios.
En otras palabras, lo importante ahora es atender el desastre. Las fotos, los discursos y las promesas pueden esperar.
P.D. De Néstor Cardona Gutiérrez recuerdo su sonrisa plena y sincera; el buen humor familiar que CAN les trasmitió en los genes y, en su faceta de poeta, como Giancarlo Soler, esa habilidad de malabarista para jugar con las palabras y darle nuevos significados. Buen viaje.
Excelente , esa es la vida que llevamos,